viernes, 8 de noviembre de 2013

El gótico como soplo de vida espiritual en la Edad Media

En la clase del pasado miércoles, el profesor Abella identificaba el estilo gótico como uno de los mayores exponentes del Cristianismo de la Edad Media.
Y así lo entendió el abad Suger en su empeño en hacer realidad en las catedrales lo que proclamaba el teólogo bizantino, el pseudo Dionisio Aeropagita, “Dios es luz”, dando de esta forma nacimiento a la primera catedral gótica en Saint-Denis. En su tratado “De constructione”, Suger instruye así al arquitecto:
“La iglesia estará adornada de capillas con vitrales magníficos y resplandecientes, que permitan que una luz maravillosa y continua los atraviese purificando la belleza interior de la iglesia toda entera”.


El propósito de construir templos más vastos, más altos, más luminosos, redundó en el principio estructural del gótico y se transformó en un soplo de vida espiritual colectiva y prodigiosa. El entusiasmo religioso era extremo; nobleza, burguesía, clero y clase popular competían en ardor y generosidad místicas. Según Suger, “Nobles y plebeyos cargaban los bloques de piedra como bestias de tiro”. La burguesía intervino en la vida pública, las corporaciones se organizaron y la dirección de las grandes obras pasó a los maestros laicos, verdaderos jefes de importantísimos gremios especializados en el arte de construir. Todo contribuyó a la realización de esos milagros de equilibrio, de esas armonías únicas y perfectas entre la razón y la fe que son las catedrales góticas. La arquitectura de estas catedrales fue el símbolo, más aún, la expresión tangible del pensamiento teológico que, como un inmenso y admirable andamiaje de piedra, modeló y dirigió hacia el cielo el espacio interior que contenía.

Si el románico es recogimiento, oscuridad, predominio de masas sobre vanos, el gótico implica todo lo contrario, luz, color, elevación, expresividad, naturalismo. ¿Cómo se produjo la transición del románico al gótico? Se necesitaba mayor luz, grandiosidad y elevación en el templo. El sistema de arcos y bóvedas de medio punto, de empujes fuertes y continuos, exigía alturas moderadas y gruesos paños de muro donde la apertura de ventanas estaba limitada en tamaño y en número. Había que remplazar los arcos románicos por arcos que empujaran menos y así poder levantar los pilares sin comprometer la estructura; estos arcos fueron los ojivales. Luego, había que sustituir la bóveda de expansión continua por bóvedas que no empujaran los muros y poder así abrir, en sus paños, grandes ventanales; estas bóvedas fueron igualmente ojivales, de arista, pero sostenidas por nervios o costillas de piedra que localizaban sus esfuerzos, única y exactamente, en determinados puntos de apoyo. Los paños de muro intermediarios entre estos apoyos quedaban prácticamente suprimidos y transformados en inmensas ventanas. En lo exterior se disminuía el espesor de pilares y aumentaba el espacio que se inundaba de luz. Todos los esfuerzos quedaron, pues, concretados en puntos resistentes y los empujes laterales resultantes de arcos y bóvedas fueron llevados hacia fuera por medio de arcos arbotantes, contrafuertes y pináculos. El aspecto exterior de estos elementos fue de una verdad estructural transparente. El racionalismo constructivo apareció escueto y preciso como un mecanismo en tensión, en equilibrio, como una geometría dinámica y pura.



El abad Suger, con ocasión de la consagración de la nueva catedral de St-Denis el 11 de junio de 1144, escribe sin disimular su satisfacción y orgullo por el feliz resultado de sus instrucciones:

L'église étincelle, éclairée en son vaisseau médian,
Car lumineux est ce qui joint en clarté deux sources de lumière.
L'œuvre fameux resplendit de cette clarté nouvelle.
L'agrandissement fut réalisé de nos jours.
C'est moi Suger qui ait dirigé les travaux
."


MAG

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