Filósofo
y poeta renacentista italiano, uno de los espíritus más inquietos e
indómitos de la Europa del siglo XVI, cuya dramática muerte dio un
especial significado a su obra. Nació en Nola, cerca de Nápoles. Su nombre de pila era Filippo,
pero adoptó el de Giordano al ingresar a los 15 años en la orden de
predicadores en Nápoles; con estos frailes estudió la filosofía
aristotélica y la teología tomista. A los 24 años fue ordenado
sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología
en su convento napolitano.
Bruno
parecía destinado a una tranquila carrera como fraile y profesor de
teología, pero se lo impedía su insaciable curiosidad.
Se
interesó con pasión en problemas de exégesis bíblica, y, sobre
todo, en la posibilidad de concordar la teología cristiana con el
emanatismo neoplatónico de Plotino. En este aspecto consideró a las
tres "personas" de la Trinidad como otros tantos atributos
(poder, sabiduría y amor) del único Dios. Dios, en calidad de
Mente, se halla sobre la naturaleza; en cuanto intelecto, Dios es
sembrador en la naturaleza; y, en cuanto Espíritu, Dios es la misma
alma universal.
Leyó los libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los «herejes» eran ignorantes. También se interesó por la emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la nueva astronomía de Copérnico.
Leyó los libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los «herejes» eran ignorantes. También se interesó por la emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la nueva astronomía de Copérnico.
De
este modo fueron germinando en la mente de Bruno ideas enormemente
atrevidas, que ponían en cuestión la doctrina filosófica y
teológica oficial de la Iglesia del siglo XVI. Bruno rechazaba, como Copérnico,
que la Tierra fuera el centro del cosmos; no sólo eso, llegó a
sostener que vivimos en un universo infinito repleto de mundos.
Bruno tenía también una concepción materialista de la realidad,
según la cual todos los objetos se componen de átomos que se mueven
por impulsos: no había diferencia entre materia y espíritu. Como
Bruno no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros
de orden sobre estos temas, en 1575
fue acusado de herejía ante el inquisidor local. Sin ninguna
posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió
huir de Nápoles. Abandonó la orden en 1576 para evitar un juicio en
el que se le acusaba de desviaciones doctrinales.
A
partir de ese momento, Bruno se convirtió en un fugitivo que iba de
una ciudad a otra huyendo de la Inquisición. En los
siguientes cuatro años pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia,
Padua y Milán.
Durante
sus viajes, Bruno conoció a pensadores, filósofos y poetas que se
sintieron atraídos por sus ideas y se convirtieron en verdaderos
amigos, al tiempo que le ayudaron en la publicación de sus obras.
Tras
pasar un tiempo en Ginebra, acogido
por un adepto napolitano del calvinismo e inscrito en la universidad
y la iglesia de esta secta, se rebeló muy pronto contra sus
maestros. Al cabo de poco tiempo se dirigió a Francia; desempeñó
una cátedra en Toulouse durante dos años y luego se trasladó a
París en
1581.
Su
fama le precedía y enseguida fue aceptado en grupos influyentes.
Profesor extraordinario en París, la indocilidad de los estudiantes
le indujo a seguir a Inglaterra al embajador de Francia en la corte
de Isabel. El
propio rey Enrique III de Francia se sintió atraído por sus
disertaciones y, aunque no podía apoyar de manera abierta sus ideas,
le extendió una carta de recomendación para que se trasladara a
Inglaterra. En agradecimiento Giordano
Bruno dedicó al rey Enrique III “De
las sombras de las ideas”,
uno de los textos de mnemotecnia que hizo imprimir en la capital
francesa durante su primera estancia en la ciudad.
En
Londres, Bruno frecuentó el círculo del poeta inglés
sir Philip Sidney y fue
presentado a la reina Isabel. Fue el periodo más productivo de su vida. Escribió “La
cena de las cenizas”
y “Del
Universo infinito y los mundos”, en el que
critica
la física y la cosmología aristotélicas, sustituyéndolas por una
idea del universo infinito en su extensión y el número de mundos
(los astros) que lo integran.
En la Universidad de Oxford enseñó la nueva cosmología
copernicana, atacando al tradicional sistema aristotélico.
Escribió
también dos diálogos “Sobre
la causa, el principio y el uno” y
“Los
furores heroicos”,
ensalzando una especie de amor platónico que lleva al alma hacia
Dios a través de la sabiduría.
Tras
casi tres años en Inglaterra regresó a Francia, y en Collège de
Cambrai, dependiente de la Universidad de París, retó a los
seguidores del aristotelismo a un debate público, donde fue
ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país. Estos
tumultos
de estudiantes le llevaron a Alemania, donde publicó los tres poemas
latinos compuestos que integran el segundo grupo de
sus textos más ilustres. En “Del
mínimo”
propone
el concepto del mínimo físico, el átomo, y del matemático, el
punto, entendido como la esfera más pequeña posible, y en “De
la mónada”
muestra
la conversión de la unidad en dualidad y sus posteriores
complicaciones que dan lugar a la tríada, la tétrada, etc., hasta
llegar a la década. En “De
lo inmenso y de los innumerables”
reanuda
el tema de una nueva conciencia de los progresos contemporáneos de
la astronomía, campo en el que destacaba el astrónomo danés,Tycho Brahe, mentor de Kepler.
Bruno
reanudó su vida itinerante viajando a Marburgo, Mainz, Wittenberg,
Praga, Helmstedt, Zurich y Frankfurt. Se dedicó a escribir en latín sobre cosmología, física y mnemotecnia. También
demostró, aunque con un método equivocado, que el Sol es más
grande que la Tierra.
Hallándose
en Frankfurt, Bruno recibió una carta de un noble veneciano,
Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras y le
invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a
cambio de grandes recompensas. Bruno se trasladó a Venecia a finales
de 1591 y Giovanni Moncenigo aparentó erigirse en su tutor y valedor
privado. Bruno asistía a las sesiones de la Accademia
degli Uranini,
lugar donde se reunían académicos e intelectuales liberales venecianos e
impartía clases en la Universidad de Padua.
En
mayo de 1592 el filósofo decidió volver a Frankfurt para supervisar
la impresión de sus obras. Mocenigo insistió en que se quedara y,
tras una larga discusión, Bruno accedió a posponer su viaje hasta
el día siguiente. Fueron sus últimos momentos en libertad. El 23 de
mayo, al amanecer, Mocenigo entró en la habitación de Bruno con
algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo
encerraron en un sótano oscuro. Al día siguiente llegó un capitán
con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición veneciana
para arrestar a Bruno y confiscar todos sus bienes y libros.
Tres
días más tarde dio comienzo el juicio. El primero en hablar fue el
acusador, Mocenigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la
Inquisición. Tras declarar que, efectivamente, había tendido una
trampa a Bruno, proporcionó una larga lista de ideas heréticas que
había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su
propia invención. Entre otras cosas, dijo que el acusado se burlaba
de los sacerdotes y que sostenía que los frailes eran unos asnos y
que Cristo utilizaba la magia. Cuando fue interrogado, Bruno explicó
que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que «el
pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no
dispute la autoridad divina».
Bruno
creía que podría convencer al tribunal de Venecia, una ciudad
liberal dedicada al comercio, donde la Inquisición no actuaba con
tanta dureza como en Roma. Pero en febrero de 1593 fue puesto en
manos de la Inquisición romana. Si había tenido alguna posibilidad
de librarse de la hoguera, ésta acababa de esfumarse.
Giordano
Bruno pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma,
junto al palacio del Vaticano. Cuando compareció ante el tribunal,
en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no
había perdido un ápice de su determinación: se negó a retractarse
y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar.
Éstos se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento
mientras se preparaba un proceso donde se le acusaba de blasfemo, de
conducta inmoral y de hereje.
El
21 de diciembre de 1599 fue llamado otra vez ante la Inquisición,
pero él se mantuvo firme en su negativa a retractarse. El 20 de
Enero de 1600 el Papa Clemente VIII ordenó que Bruno fuera llevado
ante las autoridades seculares y el 8 de febrero fue leída la
sentencia en que se le declaraba herético impenitente, pertinaz y
obstinado. Fue expulsado de la iglesia y se ordenó que sus libros
fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de
Libros Prohibidos. El tribunal secular de Roma castigó su delito de
herejía «sin derramamiento de sangre». Esto significaba que debía
ser quemado vivo. Tras oír la sentencia Bruno dijo: «El miedo que
sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que
siento yo al aceptarla».
El
19 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado
al lugar de la ejecución, el Campo
dei Fiore.
Los prisioneros eran conducidos en mula, pues muchos no podían
mantenerse en pie a causa de las torturas; algunos eran previamente
ejecutados para evitarles el sufrimiento de las llamas, pero Bruno no
gozó de este privilegio. Para que no hablara a los espectadores le
paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un clavo.
Cuando ya estaba atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un
crucifijo, pero Bruno volvió la cabeza. Las llamas consumieron su
cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber.
En
el siglo XIX se erigió una estatua dedicada a la libertad de
pensamiento en el lugar donde tuvo lugar el martirio. Las teorías
filosóficas de Bruno combinan y mezclan un místico neoplatonismo y
el panteísmo. Creía que el universo es infinito, que Dios es el
alma del universo y que las cosas materiales no son más que
manifestaciones de un único principio infinito. Bruno es considerado
como un precursor de la filosofía moderna por su influencia en las
doctrinas del filósofo holandés Spinoza y por su
anticipación del monismo del siglo XVII. Se
ha considerado a Giordano Bruno símbolo del pensamiento libre
rebelado frente al dogma religioso, sostiene sus
opiniones en todos los países de Europa y ante los poderosos y
doctos y, finalmente, después de ocho años de cárcel, prefiere la
muerte antes que retractarse. Aparece como héroe sublime de una
humanidad resuelta a reivindicar y defender a costa de la vida el
derecho a pensar de acuerdo con una razón autónoma y meramente
filosófica.
Giordano
Bruno ha
sido convertido en mártir de la ciencia por la defensa de las ideas
heliocentristas.
MAG
MAG