sábado, 29 de marzo de 2014

Giordano Bruno




Filósofo y poeta renacentista italiano, uno de los espíritus más inquietos e indómitos de la Europa del siglo XVI, cuya dramática muerte dio un especial significado a su obra. Nació en Nola, cerca de Nápoles. Su nombre de pila era Filippo, pero adoptó el de Giordano al ingresar a los 15 años en la orden de predicadores en Nápoles; con estos frailes estudió la filosofía aristotélica y la teología tomista. A los 24 años fue ordenado sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología en su convento napolitano.
 

Bruno parecía destinado a una tranquila carrera como fraile y profesor de teología, pero se lo impedía su insaciable curiosidad. Se interesó con pasión en problemas de exégesis bíblica, y, sobre todo, en la posibilidad de concordar la teología cristiana con el emanatismo neoplatónico de Plotino. En este aspecto consideró a las tres "personas" de la Trinidad como otros tantos atributos (poder, sabiduría y amor) del único Dios. Dios, en calidad de Mente, se halla sobre la naturaleza; en cuanto intelecto, Dios es sembrador en la naturaleza; y, en cuanto Espíritu, Dios es la misma alma universal. 

Leyó los libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los «herejes» eran ignorantes. También se interesó por la emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la nueva astronomía de Copérnico.



De este modo fueron germinando en la mente de Bruno ideas enormemente atrevidas, que ponían en cuestión la doctrina filosófica y teológica oficial de la Iglesia del siglo XVI. Bruno rechazaba, como Copérnico, que la Tierra fuera el centro del cosmos; no sólo eso, llegó a sostener que vivimos en un universo infinito repleto de mundos. Bruno tenía también una concepción materialista de la realidad, según la cual todos los objetos se componen de átomos que se mueven por impulsos: no había diferencia entre materia y espíritu. Como Bruno no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas, en 1575 fue acusado de herejía ante el inquisidor local. Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió huir de Nápoles. Abandonó la orden en 1576 para evitar un juicio en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales.



A partir de ese momento, Bruno se convirtió en un fugitivo que iba de una ciudad a otra huyendo de la Inquisición. En los siguientes cuatro años pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua y Milán.



Durante sus viajes, Bruno conoció a pensadores, filósofos y poetas que se sintieron atraídos por sus ideas y se convirtieron en verdaderos amigos, al tiempo que le ayudaron en la publicación de sus obras.



Tras pasar un tiempo en Ginebra, acogido por un adepto napolitano del calvinismo e inscrito en la universidad y la iglesia de esta secta, se rebeló muy pronto contra sus maestros. Al cabo de poco tiempo se dirigió a Francia; desempeñó una cátedra en Toulouse durante dos años y luego se trasladó a París en 1581.



Su fama le precedía y enseguida fue aceptado en grupos influyentes. Profesor extraordinario en París, la indocilidad de los estudiantes le indujo a seguir a Inglaterra al embajador de Francia en la corte de Isabel. El propio rey Enrique III de Francia se sintió atraído por sus disertaciones y, aunque no podía apoyar de manera abierta sus ideas, le extendió una carta de recomendación para que se trasladara a Inglaterra. En agradecimiento Giordano Bruno dedicó al rey Enrique III “De las sombras de las ideas, uno de los textos de mnemotecnia que hizo imprimir en la capital francesa durante su primera estancia en la ciudad.



En Londres, Bruno frecuentó el círculo del poeta inglés sir Philip Sidney y fue presentado a la reina Isabel. Fue el periodo más productivo de su vida. Escribió “La cena de las cenizas y “Del Universo infinito y los mundos”, en el que critica la física y la cosmología aristotélicas, sustituyéndolas por una idea del universo infinito en su extensión y el número de mundos (los astros) que lo integran. En la Universidad de Oxford enseñó la nueva cosmología copernicana, atacando al tradicional sistema aristotélico.



Escribió también dos diálogos “Sobre la causa, el principio y el uno” yLos furores heroicos”, ensalzando una especie de amor platónico que lleva al alma hacia Dios a través de la sabiduría.



Tras casi tres años en Inglaterra regresó a Francia, y en Collège de Cambrai, dependiente de la Universidad de París, retó a los seguidores del aristotelismo a un debate público, donde fue ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país. Estos tumultos de estudiantes le llevaron a Alemania, donde publicó los tres poemas latinos compuestos que integran el segundo grupo de sus textos más ilustres. En “Del mínimo” propone el concepto del mínimo físico, el átomo, y del matemático, el punto, entendido como la esfera más pequeña posible, y en “De la mónada” muestra la conversión de la unidad en dualidad y sus posteriores complicaciones que dan lugar a la tríada, la tétrada, etc., hasta llegar a la década. En “De lo inmenso y de los innumerablesreanuda el tema de una nueva conciencia de los progresos contemporáneos de la astronomía, campo en el que destacaba el astrónomo danés,Tycho Brahe, mentor de Kepler.



Bruno reanudó su vida itinerante viajando a Marburgo, Mainz, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Zurich y Frankfurt. Se dedicó a escribir en latín sobre cosmología, física y mnemotecnia. También demostró, aunque con un método equivocado, que el Sol es más grande que la Tierra.



Hallándose en Frankfurt, Bruno recibió una carta de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras y le invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas. Bruno se trasladó a Venecia a finales de 1591 y Giovanni Moncenigo aparentó erigirse en su tutor y valedor privado. Bruno asistía a las sesiones de la Accademia degli Uranini, lugar donde se reunían académicos e intelectuales liberales venecianos e impartía clases en la Universidad de Padua.



En mayo de 1592 el filósofo decidió volver a Frankfurt para supervisar la impresión de sus obras. Mocenigo insistió en que se quedara y, tras una larga discusión, Bruno accedió a posponer su viaje hasta el día siguiente. Fueron sus últimos momentos en libertad. El 23 de mayo, al amanecer, Mocenigo entró en la habitación de Bruno con algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro. Al día siguiente llegó un capitán con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición veneciana para arrestar a Bruno y confiscar todos sus bienes y libros.



Tres días más tarde dio comienzo el juicio. El primero en hablar fue el acusador, Mocenigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la Inquisición. Tras declarar que, efectivamente, había tendido una trampa a Bruno, proporcionó una larga lista de ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su propia invención. Entre otras cosas, dijo que el acusado se burlaba de los sacerdotes y que sostenía que los frailes eran unos asnos y que Cristo utilizaba la magia. Cuando fue interrogado, Bruno explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que «el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina».



Bruno creía que podría convencer al tribunal de Venecia, una ciudad liberal dedicada al comercio, donde la Inquisición no actuaba con tanta dureza como en Roma. Pero en febrero de 1593 fue puesto en manos de la Inquisición romana. Si había tenido alguna posibilidad de librarse de la hoguera, ésta acababa de esfumarse.



Giordano Bruno pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano. Cuando compareció ante el tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no había perdido un ápice de su determinación: se negó a retractarse y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar. Éstos se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento mientras se preparaba un proceso donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y de hereje.



El 21 de diciembre de 1599 fue llamado otra vez ante la Inquisición, pero él se mantuvo firme en su negativa a retractarse. El 20 de Enero de 1600 el Papa Clemente VIII ordenó que Bruno fuera llevado ante las autoridades seculares y el 8 de febrero fue leída la sentencia en que se le declaraba herético impenitente, pertinaz y obstinado. Fue expulsado de la iglesia y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de Libros Prohibidos. El tribunal secular de Roma castigó su delito de herejía «sin derramamiento de sangre». Esto significaba que debía ser quemado vivo. Tras oír la sentencia Bruno dijo: «El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla».

El 19 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei Fiore. Los prisioneros eran conducidos en mula, pues muchos no podían mantenerse en pie a causa de las torturas; algunos eran previamente ejecutados para evitarles el sufrimiento de las llamas, pero Bruno no gozó de este privilegio. Para que no hablara a los espectadores le paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un clavo. Cuando ya estaba atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno volvió la cabeza. Las llamas consumieron su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber.



En el siglo XIX se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el lugar donde tuvo lugar el martirio. Las teorías filosóficas de Bruno combinan y mezclan un místico neoplatonismo y el panteísmo. Creía que el universo es infinito, que Dios es el alma del universo y que las cosas materiales no son más que manifestaciones de un único principio infinito. Bruno es considerado como un precursor de la filosofía moderna por su influencia en las doctrinas del filósofo holandés Spinoza y por su anticipación del monismo del siglo XVII. Se ha considerado a Giordano Bruno símbolo del pensamiento libre rebelado frente al dogma religioso, sostiene sus opiniones en todos los países de Europa y ante los poderosos y doctos y, finalmente, después de ocho años de cárcel, prefiere la muerte antes que retractarse. Aparece como héroe sublime de una humanidad resuelta a reivindicar y defender a costa de la vida el derecho a pensar de acuerdo con una razón autónoma y meramente filosófica.



Giordano Bruno ha sido convertido en mártir de la ciencia por la defensa de las ideas heliocentristas. 

MAG 

domingo, 23 de marzo de 2014

Erasmo de Rotterdam



Desiderio Erasmo de Rotterdam (Desiderius Erasmus Rotterdamus), originalmente llamado Geert Geertsz, fue un pensador holandés, monje agustino, teólogo, filósofo, escritor y humanista. Nació en Rotterdam hacia 1467 y falleció en Basilea en 1536.  Fue hijo bastardo de un sacerdote y de su sirvienta Margaretha Rutgers.

Huérfano a los 14 años, ingresó sin vocación en el convento de los agustinos de Steyn, siendo ordenado sacerdote en 1492. Se traslada a París para estudiar en su Universidad, que se encontraba en ese momento viviendo con gran fuerza el Renacimiento. En 1499 Erasmo viajó a Inglaterra y en la Universidad de Oxford tuvo la oportunidad de escuchar a John Colet quien hizo una gran exposición sobre la vida de San Pablo. Erasmo se acercó a John Colet y mantuvo con él una larga conversación sobre el modo de efectuar una lectura verdaderamente humanista de la Biblia. Esta conversación marcaría profundamente su forma de pensar.

Erasmo empezó a dictar una cátedra como profesor titular de Teología en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, durante el reinado de Enrique VIII, donde haría amistades que le durarían toda la vida: Tomás Moro, John Colet, y Thomas Linacre. Se le ofreció un trabajo vitalicio en el Queen's College de la Universidad de Cambridge. Sin embargo, su naturaleza inquieta y viajera y su espíritu curioso, junto a un incontrolable rechazo a todo lo que significara rutina, lo hicieron declinar ese cargo y todos los que se le ofrecerían en adelante.

En 1500, Erasmo escribió sus "Adagios" (fábulas), que son más de 800 refranes y moralejas de las tradiciones de las antiguas Grecia y Roma, junto con comentarios sobre su origen y su significado. Algunos de esos refranes se siguen utilizando en el día de hoy. Erasmo trabajó en los "Adagios" durante el resto de su vida, hasta tal punto que la colección había crecido y ya contenía 3.400 en 1521, siendo 4.500 en el momento de su muerte. El libro se vendió con éxito, y llegó a contar con más de 60 ediciones.

Entre 1506 y 1509 Erasmo vivió en la República de Venecia, la mayor parte del tiempo trabajando en la editorial del humanista e impresor Aldo Manucio, dedicado entonces a divulgar mediante la imprenta los clásicos griegos y latinos. Varias veces más se le ofrecieron trabajos serios y bien pagados, especialmente como profesor, a lo cual él respondía que prefería no aceptarlos, porque lo que ganaba en la imprenta, si bien no era mucho, le resultaba suficiente. A partir de estas conexiones con universidades y con escritores que iban a la imprenta, Erasmo comenzó a rodearse de quienes pensaban igual que él y rechazaban los abusos de la Iglesia, en particular el culto a las reliquias, la muy dudosa procedencia de muchas de ellas y su tráfico comercial. 

No sabemos cuál de las tres instituciones educativas en las que estuvo internado Erasmo fue la causante del profundo rechazo que sintió toda su vida hacia el autoritarismo que impedía pensar libremente. Pudo ser la escuela primaria (de los 8 a los 13 años), el convento agustino (de los 16 a los 22) o la Universidad de París, cuando tenía más de 24 años. Como resultado de su estancia en alguna de ellas, o en las tres, Erasmo desarrolló un sentimiento de rechazo frente a la Iglesia y llegó a la conclusión de que tanto los colegios como las Universidades y, en general, la misma Iglesia, impedían pensar libremente. Desde entonces se opuso a cualquier tipo de autoridad y buscó mayor libertad leyendo a los escritores de Grecia y Roma, puesto que ellos vivieron en los tiempos en que todavía el Cristianismo no había triunfado. Las polémicas de Erasmo contra la Iglesia han sido malinterpretadas con frecuencia. Erasmo quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento. Pero estos objetivos no eran compartidos por los obispos del siglo XVI.

Desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó su obligación liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva. La tradición y las ideas de la Edad Media no tenían ya lugar en el mundo, y él, el "cruzado de la rectitud", debía ser el encargado de cambiar el estado de cosas.


Si se considera que la convicción de Erasmo era educar, para que el estudiante pudiese dudar de la administración y los asuntos públicos de la Iglesia y del gobierno, sus aparentes contradicciones desaparecen y comienza a visualizarse con claridad la enorme coherencia de su obra, mantenida con firmeza a través de los años y las décadas.


En 1516 durante una nueva estancia en Inglaterra comienza un estudio profundo de los libros del Nuevo Testamento, para preparar una nueva edición en traducción latina, que en un gesto que suele interpretarse como de profunda ironía, Erasmo dedicó al papa León X, que representaba todo lo que el escritor odiaba en la Iglesia y el Estado.

De hecho, en esta nueva traducción se basó Martín Lutero para llevar a cabo su trascendental estudio de la Biblia, del cual sacaría el fundamento para sus ideas posteriores. Por eso el trabajo de Erasmo tuvo consecuencias históricas que continúan hasta el día de hoy y se le encuentra en la misma génesis del protestantismo y de las nuevas iglesias cristianas. Los seguidores de Martín Lutero se propagaron por toda Europa un año después de la publicación del Nuevo Testamento en latín de Erasmo, lo que puso a éste en una difícil situación de exposición pública. Lutero clamó a los cuatro vientos que el trabajo de Erasmo le había ayudado a ver la verdad, por lo que la mirada de la Iglesia comenzó a caer sobre Erasmo, que supuestamente había dado el paso inicial de la Reforma que terminaría por dividir al cristianismo. Esta situación no fue fácil para Erasmo, puesto que el conflicto entre la Iglesia y los luteranos se hacía evidente para todo el mundo, y ambos bandos exigieron de inmediato a quienes no habían tomado partido que eligiesen un bando.

A través de toda su vida, Erasmo había sido consecuente en sus críticas a los poderes establecidos y a los abusos que los malos religiosos hacían de ellos. Al verse involucrado en la trampa de tomar partido, tuvo que dar explicaciones y decir públicamente que sus ataques jamás se habían dirigido contra la Iglesia como institución ni menos contra Dios como fuente de inteligencia y justicia, sino sólo a los malos obispos y frailes que ganaban dinero vendiendo el paraíso y cometían otros delitos religiosos como la simonía. A Erasmo le creyeron porque su brillante trabajo con la Biblia confirmaba su fe y su enorme difusión pública lo había convertido en un personaje querido y admirado por católicos y protestantes por igual.

Lutero estaba de acuerdo con las ideas de Erasmo especialmente en las críticas sobre el modo de administrar la Iglesia. Lutero y Erasmo se hicieron amigos personales, y el reformador Lutero fue una de las pocas personas a las que Erasmo reconocía públicamente admirar. El alemán, por su parte, siempre defendió las ideas de Erasmo argumentando que eran el resultado de un trabajo limpio y de una mente superior. Las cartas de Erasmo son interesantes: hay en ella 500 hombres de los más destacados del mundo de la política y el pensamiento que le escribían para pedir su ayuda, su apoyo o su consejo. Muchos de ellos respetaron la palabra de Erasmo, pero no todos.


A pesar de su magnífica variedad, cantidad y calidad, lo más interesante de la correspondencia de Erasmo es su interminable intercambio con Martín Lutero.


En los primeros mensajes, el reformador no se cansa de alabar exageradamente el trabajo realizado por Erasmo a favor de una mayor y mejor Cristiandad, pero sin hacer mención a la Reforma que él mismo pensaba emprender. Más adelante, comienza a rogar y luego a exigir a Erasmo que abandone el catolicismo y que se una al recién formado bando protestante.


Erasmo responde con palabras de comprensión, respeto y simpatía hacia la causa reformista, pero —como era habitual en él— se negaba amablemente a comprometerse con ningún tipo de actitud partidista. Explica a Lutero que el hecho de convertirse en un líder religioso a su lado, destruiría su reputación como estudioso y pondría en peligro sus obras de pensamiento puro, un trabajo que le había llevado décadas y que era su único interés y el objetivo de su existencia.


Lutero le responde que, al revés de lo que opina Erasmo, la única manera de poder efectuar una reforma real y completa de la Iglesia es abandonando los libros y convirtiéndose de hecho en un líder espiritual del pueblo.


Erasmo reconoce que el gran aporte de Lutero ha sido reunir y organizar los hasta entonces desparramados intentos de reforma, le agradece sus desvelos y su valentía pero se niega definitivamente a unirse a él en su tarea.


Pero la situación no podía durar: Lutero empezó pronto a presionar a Erasmo para que éste se presentara como la cara visible de los reformistas, a lo que el holandés se negó completamente. Por su parte, el Papa también presionaba a Erasmo para que atacara a los protestantes. La negativa de trabajar para uno u otro bando fue interpretada por ambos como cobardía y deslealtad. La Iglesia lo acusó con una frase célebre: "Usted puso el huevo y Lutero lo empolló", a lo que el teólogo respondió con la no menos conocida ironía: "Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase".

En uno de sus libros, Erasmo reconoce y ataca las exageraciones de Lutero acerca de la libertad humana. Pero, con el ansia de verdad científica que guiaba su obra, poco después analiza los argumentos contrarios de los católicos y termina concluyendo que ambas posturas contienen partes de verdad.

Erasmo afirma que, en verdad, el hombre nace atado al pecado, pero que también dispone de las formas adecuados para solicitar a Dios que le permita desatarse. Los protestantes creían en la libertad, y decían que no hacía falta una Iglesia para alcanzar la salvación. Por su parte, los católicos, prácticamente negaban la capacidad humana de ser libres. La forma adecuada de pedírselo la ofrece solamente la Iglesia Católica, y depende del pecador saberlos aprovechar. Esta fue su gran aportación acerca del gran problema de su época, que enfrentaba a protestantes y católicos.

También la traducción que Erasmo hizo de la Biblia es la base de la versión inglesa, conocida como King James' Bible (Biblia del rey Jacobo I de Inglaterra). Tiene la virtud de representar la primera aproximación desde tiempos de la versión de la Vulgata de un académico para traducir con rigor el contenido de la Biblia.


Apenas publicado el texto, Erasmo acometió de inmediato la escritura de su sorprendente "Paráfrasis del Nuevo Testamento", que en varios tomos y en un lenguaje sencillo y popular, pone al alcance de cualquiera que sepa leer los contenidos completos de los Evangelios, profundizando con precisión incluso en sus ideas más complejas. El impacto de la obra de Erasmo, a pesar de estar escrito en latín, fue enorme en la sociedad renacentista y, por ello, de inmediato se tradujo a todas las lenguas vulgares de los países europeos. A Erasmo le gustaron y agradeció estas traducciones, porque comprendía que pondrían su obra al alcance de muchísima gente, algo que nunca podría lograr el original en lengua latina.

En 1521 se estableció en la tranquila y bella ciudad de Basilea, donde, según escribió, se vio obligado a retirarse a causa de las "persecuciones" a que se le había sometido, Erasmo sintió la calidez de ese país que lo recibió con hospitalidad y cordiales atenciones, y una vez más se rodeó de amigos y seguidores que habían comenzado a creer en él y en sus ideas. Fue allí donde se atrevió a poner por escrito sus creencias en latín, el idioma más claro que encontró y el más apropiado para transmitir ideas complejas. 


En 1529 Basilea se adhirió oficialmente a la Reforma, por lo que Erasmo se alejó de allí y estableció su residencia en la ciudad imperial de Friburgo. La poblaban muchos católicos, y parece ser que resultó más fácil para Erasmo mantener su independencia intelectual allí que en Basilea. Erasmo continuó en Friburgo con su incansable actividad literaria, llegando a concluir su obra más importante de este período: el "Eclesiastés" paráfrasis del libro bíblico del mismo nombre, en la cual el autor afirma que la labor de predicar es el único oficio verdaderamente importante de la fe católica.

La última obra del pensador, titulada "Preparación para la muerte", asegura que haber llevado una vida proba es la única condición para alcanzar una "muerte feliz".


Por motivos inexplicables, Erasmo se desplazó poco después de la publicación de este libro a la ciudad de Basilea una vez más. Hacía seis años que había partido, y de inmediato se acopló a la perfección con un grupo de estudiosos (anteriormente católicos) que ahora analizaban detalladamente la doctrina luterana. Fue esta la última ruptura con el catolicismo, que Erasmo mantendría hasta el fin. 


Hacia el final de sus días dijo:


"Todos tienen estas palabras en la boca: EVANGELIO - PALABRA DIVINA - FE - CRISTO -ESPÍRITU, pero veo a muchos de ellos comportarse como si estuvieran poseídos por el demonio"


En ese momento de locura universal, donde la razón era asesinada por la pasión y la justicia por la violencia, unos y otros cometían las peores atrocidades en nombre del Dios del Amor. Los soldados y cañones reemplazaron a los argumentos. Erasmo pudo saber que en París, habían quemado a fuego lento a quien le traducía sus libros. En Inglaterra, sus dos amigos, John Fischer y Tomas Moro, habían caído bajo el hacha del verdugo, y su amigo suizo Zwinglio, había sido muerto a mazazos en el campo de batalla.
   
Erasmo murió en Basilea en 1536.

Fue el mas grande humanista del Renacimiento y sin duda el escritor más elegante y agudo de su tiempo. Hombre esencialmente de letras, su doctrina dio origen al movimiento erasmista. Abierta su mente a todas las cuestiones y erudito ingenioso, Erasmo es un precursor del espíritu moderno. Es innegable que sus obras produjeron una verdadera revolución intelectual en toda Europa. No sólo hizo pensar a los sabios de su tiempo, y también, gracias a su lenguaje sencillo y agradable, a la gente común de aquellos años. Pero en los últimos años de su vida, el mundo se había vuelto muy ingrato. Católicos y evangélicos se enfrentaban unos contra otros, se mataban, torturaban, quemaban, y además, a veces se peleaban entre sí con tanto odio como si se tratara de los peores enemigos y no de compañeros de religión. El amor a la humanidad que había llenado su corazón y su palabra, en fin los ideales humanistas, estaban completamente derrotados.

Su ideal fue únicamente ético: reforma gradual y pacífica de la Iglesia y la sociedad civil, hasta conseguir una sociedad humanizada, donde el hombre pudiera desarrollarse al máximo. Amigo de Tomás Moro, le dedica su Elogio de la locura, que es una sátira a las costumbres retrógadas y un canto a la libertad, al ingenio, a la rebeldía, al atrevimiento, es decir, a la cultura libre.

Gran conocedor del pensamiento de Lutero, escribió contra él Sobre el libre albedrío, y el pensador alemán le replicó en un tratado titulado Sobre el albedrío esclavo.

Todas las obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el Índice de Libros Prohibidos por el Concilio de Trento. De manera similar fueron denunciadas por la mayoría de los pensadores protestantes.

Paradójica y merecidamente, Erasmo ha sido homenajeado innumerables veces. Existen multitud de escuelas, colegios y universidades que llevan su nombre, comenzando por la Universidad de Rotterdam.
La Red de la Comunidad Europea para Intercambios Académicos lleva asimismo el nombre de Programa Erasmus en homenaje al carácter multinacional y europeísta del filósofo humanista.


MAG

lunes, 17 de marzo de 2014

Marsilio de Padua



Marsilio de Padua (Marsilio da Padova), filósofo, pensador político, médico y teólogo, nació en Padua entre los años 1275 y 1280 de una familia de jueces y notarios. Estudió en la Universidad de Padua, donde su padre era notario, y completó sus estudios en la Facultad de Artes de la Universidad de París, donde fue rector en 1313. El tiempo transcurrido en esta ciudad influyó en gran medida en la evolución de su pensamiento. En París conoció a William of Ockham y a Giovanni Jandum; con éste último permaneció vinculado en gran amistad y con él llegó a sufrir el exilio.

Marsilio se encontraba en París cuando se desarrolló la lucha entre Felipe IV de Francia (Philippe le Bel ) y el Papa Bonifacio VIII. Esto, junto al vivo contexto cultural en el cual se movía, lo lleva a la compilación de su obra capital el Defensor Pacis, obra a la cual debe su fama y que influyó enormemente en el pensamiento político-filosófico de su tiempo y en el sucesivo.

Marsilio siguió a Luis IV de Baviera, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, del cual fue consejero político y eclesiástico, hasta Roma, donde fue nombrado por el mismo Luis vicario espiritual de la ciudad. Desde esta posición aplicó la supremacía del poder político sobre el poder espiritual.

Se puede definir a la obra de Marsilio como el producto de tiempos en los cuales confluían las virtudes del ciudadano, el nacionalismo francés y el imperialismo alemán, permaneciendo, sin embargo, ajeno a toda parcialidad y dotada de amplia autonomía y objetividad.

Marsilio de Padua nos presenta la felicidad temporal como el bien más propio del hombre. Y ¿cuál es el elemento fundamental necesario para conseguir un estado de felicidad y paz en esta vida?. La respuesta de Marsilio apunta inevitablemente a la comunidad civil como marco ineludible, pero a la vez suficiente. Y apoya su afirmación en Aristóteles, concretamente en un pasaje de la Política acerca de la tendencia natural del hombre a vivir en el seno de la comunidad civil. Pues bien, si el fin de la comunidad civil es la tranquilidad, la paz y el bienestar temporal, es lógico que Marsilio analice exhaustivamente el origen y estructura de la misma.


El Defensor pacis escrito en 1324 es la obra más conocida de Marsilio de Padua. Su fundamento es el concepto de paz entendida como base indispensable del Estado y como condición esencial de la actividad humana. Se trata de una obra laica, privada de retórica, moderna y todavía actual. La necesidad del Estado no desciende ya de fines ético-religiosos, sino de la naturaleza humana en la búsqueda de una vida suficiente y de la exigencia de realizar finalidades reales, contingentes e históricas. En la base del ordenamiento se encuentra la voluntad común de los ciudadanos, superior a cualquier otra voluntad. Distingue la soberanía que radica en la universitas civium o conjunto del pueblo y la pars principans, que equivaldría al poder ejecutivo ejercitado por el príncipe, como un poder delegado, ejercitado en nombre de la voluntad común. El dualismo de la teoría marsiliana entre príncipe y pueblo es análogo al que se puede encontrar en el derecho germánico, pero con la diferencia de que, para Marsilio, el poder del pueblo es superior al del príncipe, y esto se manifiesta en el poder de vigilancia que el pueblo tiene sobre la actividad del príncipe, poder que puede llegar incluso a la deposición del mismo.

Es el principio de la soberanía popular que hace moderno y actual a Marsilio. Afirma fuertemente el principio de la ley como producto de la comunidad de los ciudadanos, dotada de imperatividad y coactividad además de ser inspirada en un ideal de justicia. Este ideal de justicia se deriva del consorcio o asociación civil, el único sujeto que puede establecer lo que es justo y lo que no. Para Marsilio el hombre debe ser concebido como libre y consciente; este concepto destaca a Marsilio como faro de la libertad en el Medioevo.

El pensamiento político de Marsilio de Padua representa un esfuerzo sin precedentes
por dar un fundamento racional al poder. Dos siglos antes que Maquiavelo, Marsilio
había formulado ya una teoría política distinta de la tradicional en el pensamiento
medieval y había dado por vez primera una explicación autónoma del poder, sin recurrir
a un orden o a una ley superior para justificar su existencia. Marsilio sostiene que el Estado no tiene una finalidad moral, sino sólo política; y que el príncipe o gobernante tiene la tarea de
garantizar su funcionamiento sirviéndose de la fuerza coactiva.

Algunos han visto en Marsilio un profeta que se adelantó a los signos de su tiempo, y lo consideraron un precursor de la Reforma protestante, el paladín de la libertad de conciencia, el primero que confiere a la civitas las características del Estado moderno y el primero, en fin, en quien se encuentra una definición lógica del Derecho, anticipándose a las teorías más modernas sobre el mismo. Esta misma visión profética ha determinado que algunos hayan visto en él al precursor de la teoría de la separación de poderes.

Pero su mayor contribución teórica radica en:

  • su defensa a ultranza de la independencia del Estado, concebido como producto humano, totalmente separado de premisas teológicas como el pecado, y

  • la sumisión del poder espiritual al mismo, hasta tal punto que el motivo principal que anima todo su pensamiento jurídico y político se orienta hacia una crítica radical de la teoría de la plenitudo potestatis, para afirmar el derecho y la autosuficiencia de la sociedad civil.


Reconoce a la Iglesia como institución y establece como diferencia entre el Estado clerical y el Estado laico el hecho de que aquél está revestido del poder sacerdotal, en orden a la administración de los sacramentos, por lo que, en este aspecto le es reconocida a la Iglesia una cierta autonomía; sin embargo, es a todas luces exagerado aplicar el término soberanía al poder de la Iglesia, puesto que la intención permanente de Marsilio es la de combatir el dualismo de poder imperante en la Edad Media y reducirlo a la unidad del poder temporal. Niega el poder del Obispo de Roma sobre la Iglesia y sobre la jerarquía eclesiástica afirmando que la fuente de todo poder es la universitas fidelium a la cual compete el nombramiento de los ministros de culto. Y puesto que la comunitas fidelium es la misma comunitas civium del Estado, la fuente de todo poder es igual: el pueblo.


La división institucional —que no de soberanía— propuesta por Marsilio de Padua responde en realidad a la doble finalidad a la que el hombre puede aspirar: la felicidad temporal, que no puede conseguirse sino a través de la concordia civil, cuya condición primera es la paz y que se hace efectiva cuando los diversos órganos del Estado se complementan sin dejar de cumplir la misión que a cada uno compete, y, por otra parte, la felicidad eterna, esperanza del creyente. La posibilidad de armonizar estos fines del hombre es, igualmente, una de las preocupaciones básicas de Marsilio.


La vocación teocrática del Papado estaría en el centro de las continuas disputas que se sucedieron entre los dos poderes, el regnum y el sacerdotum, y que llega a una situación especialmente conflictiva con Luis de Baviera y Juan XXII: cuando el primero consigue consolidar su título imperial y se decide a intervenir en Italia con el ánimo de someterla a su dominio, se encuentra con la respuesta del papa, que lo excomulga en 1324.


Tras el fracaso de la empresa romana de Luis IV de Baviera, Marsilio de Padua le siguió a Alemania, donde permaneció hasta su muerte ocurrida entre 1342 y 1343.

MAG

miércoles, 5 de marzo de 2014

Antonio de Nebrija, el más grande humanista de España


Antonio de Nebrija, uno de los grandes humanistas del Renacimiento y ciertamente el más grande de España, conquistó un sitial de honor en la historia de la lengua española como autor de la primera gramática española (1492) y el primer diccionario de nuestra lengua (1495). Fue filólogo, historiador, pedagogo, gramático, astrónomo y poeta.


Nacido en 1444 en Lebrija, en la provincia de Sevilla, bautizado como Antonio Martínez de Cala e Hinojosa. La infancia de Nebrija debió ser complicada debido a los métodos pedagógicos usados para la enseñanza de la gramática griega y latina contra los cuales, Nebrija se rebela. Seguramente la incompetencia de sus maestros, debió despertar en el joven Elio Antonio el interés por tornar de forma asequible y agradable algo que no tiene por qué resultar fastidioso.


Será pues pedagogo y maestro por reacción frente a la ineptitud de sus maestros y sus métodos. Nebrija empezó sus estudios a los 15 años en la Universidad de Salamanca, donde se graduó cuatro años más tarde en Retórica y Gramática.


Tras recibir su diploma, viajó a Italia y se inscribió en la Universidad de Bolonia, donde realizó su ingreso en el Colegio de San Clemente el 2 de marzo de 1463.


En la época en que se desarrolla la juventud de Nebrija, Italia vive un importante momento cultural, por lo que resulta punto de atracción para humanistas y escritores. El intercambio cultural entre las dos penínsulas mediterráneas era fácil y abundante. Así decide permanecer en dicho país 10 largos años, alegando que le interesaban, sobre todo, el buen decir y un perfecto aprendizaje de griego y latín, lenguas que él creía que en Salamanca no eran tratadas como merecían.


Su fin primordial, desde luego, era estudiar a los autores latinos y acercarlos a España, reivindicarlos, objetivos que cumplió sobradamente. En Bolonia, cursó Teología, Latín, Griego, Hebreo, y aprendió también Medicina, Derecho, Cosmografía, Matemáticas, Geografía, Historia y, por supuesto, la Gramática, materia en la que tuvo como maestro a Martino Galeotto. También recordaría más tarde con cariño las clases de ética de Pedro de Osma.


En Italia bebió con avidez de la fuente del naciente humanismo, que estaba mucho más avanzado que en España, probablemente debido a la Inquisición, que temía y perseguía las nuevas ideas.


En 1470, Nebrija regresó a España como portador del humanismo renacentista, «para desbaratar la barbarie por todas partes de España tan ancha y luengamente derramada». Se instaló en Sevilla, trabajando durante algún tiempo para el obispo Fonseca. Impartió clases entre 1470 y 1473 en la capilla de la Granada, situada en el patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla. Es ya un joven lleno de conocimientos y de iniciativas. Fue por entonces cuando adoptó el nombre con el cual lo conocemos. Añadió Elio como homenaje al conquistador romano que conquistó la Bética, que era el nombre latino de Sevilla y "de Nebrija", por ser Nebrissa el nombre en latín de su Lebrija natal. Le queda tiempo para escribir, para casarse con Isabel Solís de Maldonado, para tener siete hijos y para gastar sus dos sueldos y los ingresos que le producían sus publicaciones. Pero su ambición lo llamaba a Salamanca, adonde finalmente se trasladó en 1475. Decidido a revolucionar la enseñanza del latín en España, publica en 1481 Introductiones latinae, que serviría como texto de los estudiantes de la lengua latina hasta el siglo XIX. El ilustre humanista luchó, a lo largo de toda su vida, por recuperar el latín culto que hablaban Cicerón y Quintiliano y que se estaba perdiendo en favor del habla vulgar. Para ello, se basó en el método natural, que partía de un buen conocimiento de la lengua romance -la lengua del pueblo-, como el mejor medio para evitar que se perdiera aquel latín culto. 


Esta gramática latina se dividía en dos partes: 'La Analogía', que trataba sobre morfología y otra parte que versaba sobre problemas de sintaxis, ortografía, prosodia, figuras de dicción y un léxico que no era muy extenso. Sorprendido por el retumbante éxito de su obra, Nebrija se lanzó a la tarea de traducirla al castellano. En diez años, llevó a cabo en Salamanca una labor titánica y, a la llegada de los humanistas italianos Mártir de Anglería y Luigi Marineo, él había formado ya varias generaciones de alumnos.


Confiado en su saber y dueño de la cátedra de Retórica, arremetió contra sus compañeros de claustro por el carácter poco científico de sus enseñanzas. En medio de esta lucha, cuando intentaban expulsarlo de la Universidad, Nebrija obtuvo en 1488 el apoyo del maestre de la Orden de Alcántara, Juan de Zúñiga, que se convirtió en su mecenas.
 

En 1490, se consagró como poeta y conquistó el cargo de cronista real, en el que permaneció hasta 1509, cuando decidió volver a Salamanca como catedrático de Retórica. En la vieja universidad donde había comenzado sus estudios, fue perseguido por sus colegas, que le impidieron concursar en la cátedra de Gramática. No hay que olvidar siente un profundo desprecio hacia los gramáticos, etimologistas y lexicólogos de su época, entre los que no halla ni uno solo que le merezca confianza ni sepa expresar sus enseñanzas con la debida claridad. Él se siente en la obligación de intentar poner remedio a esos males y sentar así las bases para unos procedimientos de trabajo serios, científicos y modernos. No le faltaron a Nebrija problemas con la Inquisición: pensaba el alto organismo que el filólogo no tenía, como tal, capacidad para intervenir en los debates. Debió ser para él una época sumamente triste: Después de superadas las dificultades con la Inquisición y ante la derrota en su candidatura para ocupar la cátedra de Gramática, Nebrija acudió al cardenal Cisneros, quien abrió al humanista las puertas de la Universidad de Alcalá, en donde Nebrija pasó a ocupar la cátedra de Retórica donde fue ampliamente reconocido tanto por sus colegas como por los estudiantes. El cardenal Cisneros le encargó en 1502 la revisión de los textos griegos y latinos de la Biblia Políglota Complutense, proyecto que abandonó por diferencias con el grupo de traductores. 
 

Lo más importante de su obra se completó en la última década del siglo XV, con su Gramática de la lengua castellana, primera gramática impresa en una lengua vulgar, y Vocabularium, diccionarios de latín y castellano, que comprende dos volúmenes de diccionarios hispano-latinos superiores a todo lo que existía en su tiempo en esta materia. También escribió las Reglas de la ortografía castellana en 1512.


De todas sus obras, ninguna tuvo el peso y la importancia histórica de su Gramática, publicada en Salamanca en 1492, que se adelantó a todos los estudios hechos en todas las lenguas romances sobre esta materia. Fue el primer gramático de destaque en considerar una lengua romance (por entonces llamada "lengua vulgar") como digna de ser estudiada. 
 

La Gramática de Nebrija consta de cinco libros. El primero se ocupa de la ortografía, y consta de diez capítulos; el segundo, de la prosodia y de la sílaba, en otros tantos capítulos; el tercero, de la etimología y dicción, con diecisiete capítulos; el cuarto, de la sintaxis y el orden de las partes de la oración, en siete capítulos; y el quinto, de las "introducciones de la lengua castellana para los que de extraña lengua querrán aprender". 
 

Precede a la Gramática un prólogo muy famoso (algunas de sus frases son frecuentemente recordadas) dirigido a la Reina Católica, doña Isabel de Castilla. En las páginas del prólogo expone el autor sus propósitos. Uno de ellos, que pudiéramos llamar técnico, es establecer las normas que al dar fijeza a la lengua vulgar aseguren su perpetuidad. Otro, de matiz humanista, es facilitar el aprendizaje del latín partiendo del romance. Y un tercero, de alcance político, refleja la exaltación nacional de aquellos momentos que sucedieron a la rendición de Granada. El autor pensaba en la difusión del castellano dentro de las lindes peninsulares y europeas, al expresar su anhelo de que sea aprendido por los vizcaínos y navarros, los franceses y los italianos. Difícil que pudiera Nebrija presentir que la lengua como compañera del imperio iba a tener espléndida confirmación con el descubrimiento del continente americano, casi coetáneo de la aparición de su obra, que queda así situada entre dos hechos históricos de tanta trascendencia. Nadie soñaba aún las consecuencias del Descubrimiento de América, pero es como si Nebrija de algún modo hubiera intuido que aquella oscura lengua nacida en la tierra de los bárdulos, en el Norte de España, estaba en vías de convertirse en el gran idioma internacional, segundo del planeta, que es hoy el castellano.


La novedad de la gramática residía en que nunca antes se había escrito una gramática en una lengua contemporánea. Son posteriores a ella intentos análogos llevados a cabo en italiano y en francés, como por otro lado es infinitamente superior a los rudimentarios tratados, hechos con intención didáctica, para la enseñanza de la lengua francesa en el siglo XIII. Para los hombres de la Edad Media, sólo el latín y el griego estaban dotados de una grandeza que hacía esas lenguas merecedoras de estudio y análisis, mientras que las "lenguas vulgares" se regían apenas por el gusto de los hablantes, sin necesidad de que éste fuera estudiado ni de que sus reglas se establecieran. 
 

Nebrija une a sus conocimientos humanísticos la clarividencia con que enfocó ciertos problemas historicolingüísticos, aunque su concepto de la gramática sea preferentemente normativo. El modelo a veces demasiado presente de la gramática de las lenguas clásicas (en especial de la latina) le obliga a aceptar y acomodar no pocos de sus principios e incluso de su terminología, lo que es inevitable en quien inicia una tarea nueva. 
 

Pero hay en ella evidentes aciertos, alguno de ellos válido todavía. Rafael Lapesa señala, entre ellos, el de enlazar el estudio de la gramática con el de la métrica y las figuras retóricas, como entreviendo la singular trabazón entre el lenguaje y la creación literaria. Amado Alonso le adjudica el mérito positivo de sus descripciones fonéticas, fundando una disciplina que hoy mantiene aún las mismas bases que Nebrija sentó. 
 

La Gramática de Nebrija inspiró el surgimiento de una serie de obras similares que fue surgiendo en toda Europa, a medida que los idiomas del Viejo Continente cobraban conciencia de que eran tan nobles como el viejo latín. 
 

En 1495, publicó una nueva obra en la misma dirección: Su vocabulario español-latín, latín-español, el primer diccionario de nuestra lengua. 
 

Pero Nebrija fue mucho más que un filólogo y un lingüista. Hombre de su tiempo, con la amplitud de horizontes que caracterizaba a los intelectuales del Renacimiento, se ocupó también la Teología, de la que trató en Quinquagenas; del Derecho, que abordó en Lexicon Iurus Civilis; de Arqueología, con Antigüedades de España; y de Pedagogía, con De liberis educandis; de Historia, de Retórica, etc. Por su profundo conocimiento de las lenguas clásicas y del hebreo, por su sentido científico y aun político del idioma castellano, por su labor de maestro, sobre todo desde su cátedra de Salamanca, por "su vasta ciencia, robusto entendimiento y poderosa virtud asimiladora", así como por su ardor de propagandista, Nebrija fue, según Menéndez Pelayo, la más brillante personificación literaria de la España de los Reyes Católicos.


Si como hombre de su tiempo, se empeñó en difundir los clásicos, su obra estuvo marcada también por deseo de sistematizar el conocimiento que había adquirido en Salamanca y en Bolonia y tornarlo accesible al mayor número posible de personas. 
 

Los últimos años de su vida los pasó enseñando en la universidad alcalaína, donde murió -víctima de un ataque de apoplejía- el 5 de julio de 1522. a los 78 años de edad.


Antonio de Nebrija es uno de los grandes humanistas del Renacimiento y con toda seguridad el más grande de España, ocupando un lugar destacado en la historia de la lengua española como autor de la primera gramática española (1492) y el primer diccionario de nuestra lengua (1495).



MAG