Antonio
de Nebrija, uno de los grandes humanistas del Renacimiento y
ciertamente el más grande de España, conquistó un sitial de honor
en la historia de la lengua española como autor de la primera
gramática española (1492) y el primer diccionario de nuestra lengua
(1495). Fue filólogo, historiador, pedagogo, gramático, astrónomo
y poeta.
Nacido
en 1444 en Lebrija, en la provincia de Sevilla, bautizado como
Antonio Martínez de Cala e Hinojosa. La infancia de Nebrija debió
ser complicada debido a los métodos pedagógicos usados para la
enseñanza de la gramática griega y latina contra los cuales,
Nebrija se rebela. Seguramente la incompetencia de sus maestros,
debió despertar en el joven Elio Antonio el interés por tornar de
forma asequible y agradable algo que no tiene por qué resultar
fastidioso.
Será
pues pedagogo y maestro por reacción frente a la ineptitud de sus
maestros y sus métodos. Nebrija empezó sus estudios a los 15 años
en la Universidad de Salamanca, donde se graduó cuatro años más
tarde en Retórica y Gramática.
Tras
recibir su diploma, viajó a Italia y se inscribió en la Universidad
de Bolonia, donde realizó su ingreso en el Colegio de San Clemente
el 2 de marzo de 1463.
En
la época en que se desarrolla la juventud de Nebrija, Italia vive un
importante momento cultural, por lo que resulta punto de atracción
para humanistas y escritores. El intercambio cultural entre las dos
penínsulas mediterráneas era fácil y abundante. Así decide
permanecer en dicho país 10 largos años, alegando que le
interesaban, sobre todo, el buen decir y un perfecto aprendizaje de
griego y latín, lenguas que él creía que en Salamanca no eran
tratadas como merecían.
Su
fin primordial, desde luego, era estudiar a los autores latinos y
acercarlos a España, reivindicarlos, objetivos que cumplió
sobradamente. En Bolonia, cursó Teología, Latín, Griego, Hebreo,
y aprendió también Medicina, Derecho, Cosmografía, Matemáticas,
Geografía, Historia y, por supuesto, la Gramática, materia en la
que tuvo como maestro a Martino Galeotto. También recordaría más
tarde con cariño las clases de ética de Pedro de Osma.
En
Italia bebió con avidez de la fuente del naciente humanismo, que
estaba mucho más avanzado que en España, probablemente debido a la
Inquisición, que temía y perseguía las nuevas ideas.
En
1470, Nebrija regresó a España como portador del humanismo
renacentista, «para desbaratar la barbarie por todas partes de
España tan ancha y luengamente derramada». Se instaló en Sevilla,
trabajando durante algún tiempo para el obispo Fonseca. Impartió
clases entre 1470 y 1473 en la capilla de la Granada, situada en el
patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla. Es ya un joven
lleno de conocimientos y de iniciativas. Fue por entonces cuando
adoptó el nombre con el cual lo conocemos. Añadió Elio como
homenaje al conquistador romano que conquistó la Bética, que era el
nombre latino de Sevilla y "de Nebrija", por ser Nebrissa
el nombre en latín de su Lebrija natal. Le queda tiempo para
escribir, para casarse con Isabel Solís de Maldonado, para tener
siete hijos y para gastar sus dos sueldos y los ingresos que le
producían sus publicaciones. Pero su ambición lo llamaba a
Salamanca, adonde finalmente se trasladó en 1475. Decidido a
revolucionar la enseñanza del latín en España, publica en 1481
Introductiones latinae, que serviría como texto de los
estudiantes de la lengua latina hasta el siglo XIX. El
ilustre humanista luchó, a lo largo de toda su vida, por recuperar
el latín culto que hablaban Cicerón y Quintiliano y que se estaba
perdiendo en favor del habla vulgar. Para ello, se basó en el método
natural, que partía de un buen conocimiento de la lengua romance -la
lengua del pueblo-, como el mejor medio para evitar que se perdiera
aquel latín culto.
Esta
gramática latina se dividía en dos partes: 'La Analogía', que
trataba sobre morfología y otra parte que versaba sobre problemas de
sintaxis, ortografía, prosodia, figuras de dicción y un léxico que
no era muy extenso. Sorprendido por el retumbante éxito de su obra,
Nebrija se lanzó a la tarea de traducirla al castellano. En diez
años, llevó a cabo en Salamanca una labor titánica y, a la llegada
de los humanistas italianos Mártir de Anglería y Luigi Marineo, él
había formado ya varias generaciones de alumnos.
Confiado
en su saber y dueño de la cátedra de Retórica, arremetió contra
sus compañeros de claustro por el carácter poco científico de sus
enseñanzas. En medio de esta lucha, cuando intentaban expulsarlo de
la Universidad, Nebrija obtuvo en 1488 el apoyo del maestre de la Orden de
Alcántara, Juan de
Zúñiga, que se convirtió en su mecenas.
En
1490, se consagró como poeta y conquistó el cargo de cronista real,
en el que permaneció hasta 1509, cuando decidió volver a Salamanca
como catedrático de Retórica. En la vieja universidad donde había
comenzado sus estudios, fue perseguido por sus colegas, que le
impidieron concursar en la cátedra de Gramática. No hay que olvidar
siente un profundo desprecio hacia los gramáticos, etimologistas y
lexicólogos de su época, entre los que no halla ni uno solo que le
merezca confianza ni sepa expresar sus enseñanzas con la debida
claridad. Él se siente en la obligación de intentar poner remedio a
esos males y sentar así las bases para unos procedimientos de
trabajo serios, científicos y modernos. No le faltaron a Nebrija
problemas con la Inquisición: pensaba el alto organismo que el
filólogo no tenía, como tal, capacidad para intervenir en los
debates. Debió ser para él una época sumamente triste: Después de
superadas las dificultades con la Inquisición y ante la derrota en
su candidatura para ocupar la cátedra de Gramática, Nebrija acudió
al cardenal Cisneros, quien abrió al humanista las puertas de la
Universidad de Alcalá, en donde Nebrija pasó a ocupar la cátedra
de Retórica donde fue ampliamente reconocido tanto por sus colegas
como por los estudiantes. El cardenal Cisneros le encargó en 1502 la
revisión de los textos griegos y latinos de la Biblia Políglota
Complutense, proyecto que
abandonó por diferencias con el grupo de traductores.
Lo
más importante de su obra se completó en la última década del
siglo XV, con su Gramática de la lengua castellana, primera
gramática impresa en una lengua vulgar, y
Vocabularium, diccionarios de latín y castellano, que
comprende dos volúmenes de diccionarios hispano-latinos superiores a
todo lo que existía en su tiempo en esta materia. También escribió
las Reglas de la ortografía castellana en 1512.
De
todas sus obras, ninguna tuvo el peso y la importancia histórica de
su Gramática, publicada en
Salamanca en 1492, que se adelantó a todos los
estudios hechos en todas las lenguas romances sobre esta materia. Fue
el primer gramático de destaque en considerar una lengua romance
(por entonces llamada "lengua vulgar") como digna de ser
estudiada.
La
Gramática de Nebrija consta de cinco libros. El primero se
ocupa de la ortografía, y consta de diez capítulos; el segundo, de
la prosodia y de la sílaba, en otros tantos capítulos; el tercero,
de la etimología y dicción, con diecisiete capítulos; el cuarto,
de la sintaxis y el orden de las partes de la oración, en siete
capítulos; y el quinto, de las "introducciones de la lengua
castellana para los que de extraña lengua querrán aprender".
Precede
a la Gramática un prólogo muy famoso (algunas de sus frases
son frecuentemente recordadas) dirigido a la Reina Católica, doña
Isabel de Castilla. En las páginas del prólogo expone el autor sus
propósitos. Uno de ellos, que pudiéramos llamar técnico, es
establecer las normas que al dar fijeza a la lengua vulgar aseguren
su perpetuidad. Otro, de matiz humanista, es facilitar el aprendizaje
del latín partiendo del romance. Y un tercero, de alcance político,
refleja la exaltación nacional de aquellos momentos que sucedieron a
la rendición de Granada. El autor pensaba en la difusión del
castellano dentro de las lindes peninsulares y europeas, al expresar
su anhelo de que sea aprendido por los vizcaínos y navarros, los
franceses y los italianos. Difícil que pudiera Nebrija presentir que
la lengua como compañera del imperio iba a tener espléndida
confirmación con el descubrimiento del continente americano, casi
coetáneo de la aparición de su obra, que queda así situada entre
dos hechos históricos de tanta trascendencia. Nadie soñaba aún las
consecuencias del Descubrimiento de América, pero es como si Nebrija
de algún modo hubiera intuido que aquella oscura lengua nacida en la
tierra de los bárdulos, en el Norte de España, estaba en vías de
convertirse en el gran idioma internacional, segundo del planeta, que
es hoy el castellano.
La
novedad de la gramática residía en que nunca antes se había
escrito una gramática en una lengua contemporánea. Son posteriores
a ella intentos análogos llevados a cabo en italiano y en francés,
como por otro lado es infinitamente superior a los rudimentarios
tratados, hechos con intención didáctica, para la enseñanza de la
lengua francesa en el siglo XIII. Para los hombres de la Edad Media,
sólo el latín y el griego estaban dotados de una grandeza que hacía
esas lenguas merecedoras de estudio y análisis, mientras que las
"lenguas vulgares" se regían apenas por el gusto de los
hablantes, sin necesidad de que éste fuera estudiado ni de que sus
reglas se establecieran.
Nebrija
une a sus conocimientos humanísticos la clarividencia con que enfocó
ciertos problemas historicolingüísticos, aunque su concepto de la
gramática sea preferentemente normativo. El modelo a veces demasiado
presente de la gramática de las lenguas clásicas (en especial de la
latina) le obliga a aceptar y acomodar no pocos de sus principios e
incluso de su terminología, lo que es inevitable en quien inicia una
tarea nueva.
Pero
hay en ella evidentes aciertos, alguno de ellos válido todavía.
Rafael Lapesa señala, entre ellos, el de enlazar el estudio de la
gramática con el de la métrica y las figuras retóricas, como
entreviendo la singular trabazón entre el lenguaje y la creación
literaria. Amado Alonso le adjudica el mérito positivo de sus
descripciones fonéticas, fundando una disciplina que hoy mantiene
aún las mismas bases que Nebrija sentó.
La
Gramática de Nebrija inspiró el surgimiento de una serie de obras
similares que fue surgiendo en toda Europa, a medida que los idiomas
del Viejo Continente cobraban conciencia de que eran tan nobles como
el viejo latín.
En
1495, publicó una nueva obra en la misma dirección: Su vocabulario
español-latín, latín-español, el primer diccionario de nuestra
lengua.
Pero
Nebrija fue mucho más que un filólogo y un lingüista. Hombre de su
tiempo, con la amplitud de horizontes que caracterizaba a los
intelectuales del Renacimiento, se ocupó también la Teología, de
la que trató en Quinquagenas; del Derecho, que abordó en
Lexicon Iurus Civilis; de Arqueología, con Antigüedades
de España; y de Pedagogía, con De liberis educandis; de
Historia, de Retórica, etc. Por su profundo conocimiento de las
lenguas clásicas y del hebreo, por su sentido científico y aun
político del idioma castellano, por su labor de maestro, sobre todo
desde su cátedra de Salamanca, por "su vasta ciencia, robusto
entendimiento y poderosa virtud asimiladora", así como por su
ardor de propagandista, Nebrija fue, según Menéndez Pelayo, la más
brillante personificación literaria de la España de los Reyes
Católicos.
Si
como hombre de su tiempo, se empeñó en difundir los clásicos, su
obra estuvo marcada también por deseo de sistematizar el
conocimiento que había adquirido en Salamanca y en Bolonia y
tornarlo accesible al mayor número posible de personas.
Los
últimos años de su vida los pasó enseñando en la universidad
alcalaína, donde murió -víctima de un ataque de apoplejía- el 5
de julio de 1522. a los 78 años de edad.
Antonio
de Nebrija es uno de los grandes humanistas del Renacimiento y con
toda seguridad el más grande de España, ocupando un lugar destacado
en la historia de la lengua española como autor de la primera
gramática española (1492) y el primer diccionario de nuestra lengua
(1495).
MAG
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