lunes, 13 de enero de 2014

Alcuino de York, foco cultural en el siglo VIII

Aceptando gustosamente la propuesta que nos hizo el Profesor Abella, en su primera clase de este año, que, recordaréis, consistía en buscar las escasas aportaciones culturales en Europa durante los siglos VIII al XI, me centré, como él mismo sugirió, en el único reducto cultural de la Alta Edad Media, las Islas Británicas, donde destacaron Beda el Venerable (Venerable Bede) (672-735) y Alcuino (Alcuin) de York (735-804), tutelado por uno de los discípulos de aquél, el arzobispo Ecgbert.

Si bien la obra de Beda es ingente en tres planos distintos: el gramatical y científico, el de comentario de los textos sagrados y el histórico-biográfico, su enfoque parte de una visión más bien local, como no podía ser de otra forma, ya que jamás salió de Wearmouth-Jarrow.

La aportación de Alcuino de York, por contra, se sintió especialmente en el Continente y es por lo que me he decidido a cumplir el encargo escribiendo sobre su figura. 




Alcuino se formó en escuela de York, renombrada en la época como el centro de enseñanza de las artes liberales, literatura y ciencias, de la que llegó a ser director en el 778. Entusiasmado con la adquisición de libros, dotó a este centro de una magnífica biblioteca y lo convirtió en uno de los focos intelectuales más importantes de Europa.

La fama de la sabiduría de Alcuino se había extendido tanto que el  rey Carlomagno (742-812) le llamó para que asistiera a una reunión que había de congregar a los principales eruditos del momento.

En el año 781, el rey Elfwald de Northumbria envió a Alcuino  a Roma para trasladar su solicitud de ascender a arzobispado el obispado de York. En el viaje, y en concreto en la ciudad de Parma, Alcuino se encontró de nuevo con Carlomagno, quien insistió y logró que aquél aceptara dirigir la Schola palatina de su corte en Aquisgrán, de la que ya formaban parte otros ilustres maestros, como Piero de Pisa, Paulino de Aquileia, Rado y el abad Fulrad. En realidad, el proyecto de Carlomagno era mucho más ambicioso, ya que deseaba que el sabio inglés transmitiera a los francos el conocimiento de la cultura latina que había existido en la Inglaterra anglosajona y reorganizase por completo el sistema educativo en lo que muy pronto habría de ser el vasto Imperio carolingio, dirigiendo así la propagación de la cultura por todos los territorios que quedaban bajo su mando.

Alcuino de York aceptó la dirección de la Escuela palatina, cuyos primeros alumnos fueron el propio Emperador y sus hijos. Al igual que hiciera con la escuela episcopal de York, el sabio inglés convirtió este centro en el foco cultural más importante de Europa. Allí desarrolló una de las actividades por las que habría de pasar a la Historia: la invención de las letras minúsculas del alfabeto carolingio, un modelo de escritura cuya claridad, elegancia y simpleza favoreció sobremanera su difusión y, por ende, la propagación de los conocimientos.

Alcuino también participa de forma activa en las reuniones de la llamada Academia palatina, donde las mentes mejor dotadas de la Corte debaten bajo la presidencia del rey. La influencia que alcanzó sobre Carlomagno y su entorno, le convirtieron en el guía cultural de la monarquía franca: no sólo inspiró las reformas de la educación y la ortografía, cultivando la gramática, la retórica, la dialéctica y la aritmética, sino que también promovió la lucha contra la herejía adopcionista, propugnada por el obispo de Toledo, Elipando, quien afirmaba que la persona del Hijo de Dios no es la misma que la persona del hijo de José, y que al principio Cristo sería solamente hijo de María para más tarde ser adoptado por Dios Padre. Alcuino, como teólogo, intervino en el año 794 en el Concilio de Frankfurt donde defendió con brillantez la necesidad de que la Cristiandad rechazase de plano el adopcionismo.

Durante su etapa en Aquisgrán, Alcuino de York dirigió la realización de uno de los grandes tesoros bibliográficos de todos los tiempos: los Evangelios de Oro. Esta obra -sin duda alguna, la más valiosa entre el corpus de los denominados "códices carolingios"- comprende una serie de volúmenes escritos con letras de oro sobre un fondo de vitela púrpura coleada, e iluminados con bellísimas miniaturas. Al margen de estos trabajos de caligrafía y edición, Alcuino desplegó en la Escuela Palatina de Aquisgrán una intensa actividad educativa que le convirtió en uno de los grandes pedagogos de todos los tiempos. Elaboró muchos manuales de enseñanza, algunos de los cuales se conservan en la actualidad, como los titulados Grammatica, De orthographia, Dialectica y Dialogus de rethorica et virtutibus. En estas obras, Alcuino recurrió al sistema de preguntas y respuestas profusamente utilizado más tarde por Tomás de Aquino.

En su condición de intelectual y pensador, Alcuino prestó una singular atención al estudio de la Filosofía y la Teología, materias que abordó en algunos tratados, como De sanctae et individuae Trinitatis, De animae ratione (probablemente, su obra más personal, en la que presenta su propia teoría sobre la sensación fundada en el sujeto que siente) y De virtutibus et vitiis. Además, dirigió una notable revisión comentada de la Biblia (conocida como Biblia Alcuini o Biblia Caroli Magni), aprobada en el concilio de Maguncia en 813, y que durante más de tres siglo fue reconocida por la Iglesia como texto fundamental. Según una vieja tradición cristiana, Alcuino de York es considerado como el creador de la festividad de Todos los Santos. Y escribió, asimismo, una rica y variada cantidad de cartas que, recogidas luego en su Epistolario, configuran uno de los grandes pilares del conocimiento humano en la Alta Edad Media.

Alcuino, apasionado por la Aritmética, sostuvo que la creación del mundo se había llevado a cabo en seis días (recuérdese que, según las Escrituras, el Sumo Creador empleó el séptimo para  entregarse al descanso) porque el 6, y no otro, era, por excelencia, el número perfecto, ya que era igual a la suma de todos sus divisores. Y este requisito lo cumplía cabalmente el 6= 1 + 2 + 3,  es divisible por 1, 2 y 3.

Entre sus obras más notables dentro del campo de la Matemática y la Lógica, figura la titulada Propositiones ad Acuendos Juvenes, una colección de cincuenta y tres problemas recreativos que, en la actualidad, siguen conservando un gran interés como el conocido problemas de "El barquero, el lobo, la cabra y la col" o el problema LII, que se siguen empleando en las Facultades de Matemáticas para plantear complicados argumentos. 


En el año 796 Alcuino de York rogó al Emperador que le dispensara de sus labores docentes, pues su condición de sexagenario le aconsejaba buscar un apacible retiro donde poder descansar. Marchó entonces, con el beneplácito de la Corte de Aquisgrán, a la abadía de San Martín, en la localidad de Tours, donde asumió la dignidad de abad, fundando una academia de filosofía y teología tan innovadora que mereció la calificación de 'Madre de la Universidad'. Además los monjes de la abadía de Tours copiaron en letra minúscula carolingia numerosos tratados de la Antigüedad. Alcuino de York favoreció asimismo la multiplicación de scriptoria en otros monasterios para la difusión de los textos sagrados y de las obras profanas de la antigüedad grecolatina.

Entregado -según el bello testimonio personal que dejó escrito en su vejez- a la infatigable labor de acercar a unos la miel de las Sagradas Escrituras, y a emborrachar a otros con los vinos añejos de la Antigüedad, pasó el resto de su vida en la abadía de San Martín, donde la muerte le sorprendió en la primavera del 804, próximo ya a cumplir los setenta años de edad. Enterrado en la iglesia de la abadía, su epitafio reza así:

Dust, worms, and ashes now
Alcuin my name, wisdom I always loved,
Pray, reader, for my soul.



MAG

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