jueves, 16 de enero de 2014

Pedro Abelardo, pensador inconformista del siglo XI

Ya a finales de la travesía del desierto cultural en Europa entre los siglos VIII a XI surge la figura de Pedro Abelardo (Pierre Abélard), como un importante contribuyente al método escolástico, un ilustrado oponente del oscurantismo y un continuador del renacimiento del saber que tuvo lugar en la época carolingia.

Pedro Abelardo  nació en 1079 en Pallet, cerca de Nantes (Francia), en el seno de una familia noble bretona. Abelardo desdeña el oficio de las armas propio de su condición y, a los 20 años de edad, tras una educación básica recibida de su padre y de otros maestros en Tours, se desplaza a París donde recibe enseñanzas en la escuela catedralicia de Notre-Dame del prestigioso maestro Guillermo de Champeaux (Guillaume de Champeaux), defensor del realismo aristotélico, quien se vio obligado a modificar ante la brillante argumentación de su discípulo partidario del nominalismo.

Se opone a las enseñanzas de su maestro en la famosa 'Querella de los Universales' (Querelle des Universaux), intentando responder la pregunta de Porfirio: los universales, ¿existen en la realidad o solamente en el pensamiento?. Abelardo sostiene que el universal es aquello que puede predicarse de varias cosas, y no hay cosas que puedan predicarse de otras, ya que cada una es ella misma. Por lo tanto, la universalidad no puede atribuirse a las cosas sino sólo a las palabras, es una función lógica de determinadas palabras (ya que también hay palabras particulares, que sólo pueden predicarse de un individuo, como por ejemplo un nombre propio).

Su antiguo maestro es nombrado obispo de Chalons-sur-Marne, y Abelardo ascendido a jefe de la escuela de París, donde alcanzó el apogeo de su celebridad.

Destaca Pedro Abelardo por la originalidad de su pensamiento y funda una escuela de retórica y de teología. Sus ideas se propagan rápidamente entre los intelectuales, quienes lo consideran como uno de los más brillantes filósofos de su generación. Su escuela atrae a más de 3000 oyentes de todas las naciones de Europa, entre ellos al que sería Papa con el nombre de Celestino II.  El historiador Charles de Rémusat escribe: «Por todas partes se hablaba de él; desde Bretaña, desde Inglaterra, del país do los Suevos y de los Teutones venían gentes a oírle: la misma Roma llegó a enviarle alumnos. Los transeúntes se detenían a su paso para contemplarle; los vecinos de las casas bajaban a sus puertas con el fin único de verle, y las mujeres levantaban las cortinas que cubrían los vidrios ruines de sus estrechas ventanas. Habíale adoptado París por hijo suyo y le consideraba como a su lumbrera más esclarecida. Enorgullecíase en poseer a Abelardo y celebraba unánime este nombre, cuyo recuerdo, aun después de siete siglos, es popular todavía en la ciudad de todas las glorias y de todos los olvidos. Pero no brilló solamente en la escuela. Abelardo conmovió la Iglesia y el Estado y ocupó preferentemente la atención de dos grandes concilios.»

Abelardo fue precursor del proceso histórico por el que creció la influencia de Aristóteles respecto de la de Platón en la teología cristiana. La aplicación a los estudios teológicos de la dialéctica trajo el espíritu de análisis y controversia que es al propio tiempo el defecto y la honra de la escolástica. Pedro Abelardo puede ser considerado en justicia como el primero que hizo esta aplicación y, por consiguiente, como el fundador de la filosofía de la Edad Media. La principal tesis dialéctica de Abelardo es que la verdad debe alcanzarse sopesando con rigor todos los aspectos de una cuestión y se presentó en Sic et Non (Así y de otra forma). En ella presenta afirmaciones de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia aparentemente contradictorias. Con ello busca mostrar que no debe utilizarse el criterio de autoridad en Teología de un modo arbitrario. Este método será retomado por Tomás de Aquino en su Summa Theologicæ, donde cada afirmación se presenta con las autoridades que se manifiestan a favor y en contra, para luego arribar a una solución. Si bien es cierto que Pedro Abelardo tuvo un exagerado optimismo sobre la capacidad de la razón para comprender los dogmas, intentando incluso interpretar racionalmente el de la Santísima Trinidad, no es menos cierto que consideraba que la autoridad de la fe está por encima de la razón, y que la finalidad principal de ésta es esclarecer las verdades de fe y refutar a los infieles. 



Sin embargo, Abelardo es conocido por el gran público no por sus escritos de lógica o de teología, sino por su trágica relación sentimental con Eloísa (Héloïse), una de sus jóvenes pupilas, quien destacaba no sólo por su belleza sino también por su inteligencia y sus conocimientos. El canónigo de la catedral de París, Fulberto, tío y tutor de Eloísa desde el fallecimiento de sus padres, consciente de la brillantez de su sobrina, desea prepararla para el matrimonio con algún miembro de la nobleza. A tal fin, nombra al maestro Abelardo preceptor de Eloísa alojándolo en su propia casa. Pronto la admiración de la joven por su preceptor da paso a una relación amorosa entre ambos, fruto de la cual nace un niño al que ponen el nombre de Astrolabio, pues Eloisa aseguraba que la concepción se había producido la tarde en que el temario de las clases señalaba el estudio del astrolabio.

El canónigo Fulberto propone que Abelardo y Eloísa contraigan matrimonio. Abelardo accedió de buena gana a la proposición de Fulberto; pero Eloísa, que temía que la divulgación de su matrimonio pudiese perjudicar la carrera universitaria de Abelardo se opuso de manera radical a la boda. Al final cedió con la condición de mantenerlo secreto. Con esta reserva el matrimonio se celebró en París. El airado tío, tras esta primera victoria en la lucha por restaurar el honor perdido, presionó para dar publicidad al vínculo y de esta manera normalizar la situación a los ojos de la sociedad. Era el año 1118.

De nuevo se opuso Eloísa, quien llega a realizar un juramento formal de que jamás se hubiera casado. Fulberto, creyendo que Abelardo quería obligarla a hacerse monja para librarse de ella, juró vengarse, y en breve encontró medio de ejecutar su feroz venganza. Sobornó a un criado del filósofo para que les franquease el paso, y una noche, entrando con dos facinerosos en el cuarto de Abelardo, le castran huyendo a continuación.

El escándalo es enorme pues se ha aplicado un castigo reservado a los adúlteros. Tratándose además de una venganza particular cometida en el seno capitular de Notre-Dame, la consternación se propaga por toda Francia. A los dos malhechores se les aplica la Ley del Talión después de sacarles los ojos. A Fulberto se le suspende de sus órdenes, se le confiscan todos sus bienes y es desterrado.

Eloísa permanece en el convento de Argenteuil donde poco después toma los hábitos aunque sigue manteniendo correspondencia con su marido entre los años 1132 y 1135, quien, incapacitado para ejercer oficios eclesiásticos, se vio obligado a ingresar como fraile en el monasterio de San Dionisio (Saint-Denis).

Los discípulos de Abelardo suplicaron con grandes instancias a su maestro que reanudase sus lecciones: él accedió por último y abrió desde luego en Saint-Denis su cátedra, que trasladó muy pronto a Saint-Ayoul, cerca de Provins. Renováronse entonces los triunfos y las glorias de Pedro Abelardo, cuyo resultado fue despertar envidias y producir celos en los demás maestros. Inspirados acaso por fervor religioso, quizás también por espíritu de venganza, tal vez obedeciendo a sugestiones del uno y del otro, todos ellos se declararon unánimemente contrarios a las doctrinas expuestas por Abelardo en su obra De unitate et trinitate divina que trataba sobre el dogma trinitario: “Lo compuse a requerimiento de los alumnos mismos que me pedían razones humanas y filosóficas, que se entendieran mejor que se expresaran. Me decían que es superfluo proferir palabras a las que no sigue la compresión o la inteligencia. Ni se puede creer nada si antes no se entiende.” El libro fue condenado y tuvo que ser quemado de manos del propio Abelardo en el Concilio de Soissons de 1121 debido a que su explicación les pareció errónea a los teólogos del Concilio. Abelardo, por su parte, fue recluido en el monasterio de San Medardo (en Soissons), desde donde poco después fuera enviado a Saint-Denis, del que tiene que huir por discrepancias con los propios monjes del monasterio.

Buscando asilo, Abelardo, decide retirarse esta vez a una pequeña ermita cercana a Troyes donde, seguido por sus estudiantes, funda una escuela que llama el Paráclito. En 1125 fue elegido abad por los monjes de Saint-Gildas-de-Rhuys, en la Bretaña más occidental, pero de nuevo surgen discrepancias con los monjes que hacen que se vaya del monasterio. En 1129 regresa al Paráclito donde funda un monasterio de religiosas con la aprobación de Inocencio II en 1131 y del cual hizo abadesa a Eloísa. Durante esta época escribe la Historia calamitatum, su autobiografía.

Abelardo fue también un precursor del diálogo intercultural con su obra inacabada “Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano (”Dialogus inter Philosophum, Judaeum et Christianum") . En la evolución de la ética, la mayor contribución de Abelardo fue sostener que un acto debe ser juzgado por la intención que guía a quien lo realiza.

Pedro Abelardo escribió sobre ética, teología y dialéctica, así como poesía e himnos religiosos. Dotado también para la música, Abelardo compone para Eloísa canciones de amor e himnos para la abadía del Paráclito, donde Eloísa es la abadesa, muy valorados como música medieval. Componía también en lenguaje sencillo y aun vulgar, canciones que solazaban extraordinariamente a las damas y divertían sobremanera a los estudiantes.

A medida que eran mayores los progresos de su escuela, se acrecentaba también la hostilidad contra el fundador. Entre los nuevos enemigos de Abelardo, el más vehemente fue Bernardo de Claraval (Bernard de Clairvaux), abad de Clairvaux, punto poco distante del Paráclito. 

En muy poco tiempo San Bernardo había reunido en aquel lugar, bajo la ley de piedad ardiente y de una vida severa, muchos sombríos cenobitas que en su presencia temblaban: tanto era el respeto, el miedo y el amor que a un tiempo mismo les inspiraba. Por contra, la escuela fundada por Abelardo venía a ser como una tribu libre que acampaba en despoblado solamente por gustar el placer de aprender y de admirar, de buscar la verdad en la contemplación de la naturaleza, y que veía en la religión antes una ciencia que una institución; más que una causa, un sentimiento. Como San Jerónimo en el desierto, Abelardo, según él mismo dice, se complacía en este contraste de la vida campestre y ruda del cuerpo con los refinamientos de la ciencia y las delicadezas del espíritu.

Dos escuelas establecidas en lugares tan próximos y que desarrollaban principios tan diferentes no podían dejar de ser rivales; más aún, enemigas.

Más tarde, Abelardo se introduce en el campo de la teología, aplicando el método dialéctico en su estudio lo que desembocará un siglo más tarde en la escolástica. En teología la doctrina de Pedro Abelardo se basa en el principio de que es imposible alcanzar el conocimiento del mundo sin repudiar el realismo de las cosas. Sus innumerables innovaciones en materia de la fe escandalizan a Bernardo de Claraval, quien consigue que en 1140 el concilio de Sens condene a Pedro Abelardo por el escepticismo y racionalismo de 17 de sus postulados. Abelardo, que desea defenderlos ante el Sínodo, no lo consigue y se dirige a Roma en cuyo camino acepta la hospitalidad de Pedro el Venerable, abad de Cluny, quien le retuvo durante algunos meses hasta que consigue para Abelardo el perdón del papa, y llegó hasta reconciliar a Abelardo con San Bernardo. 

Sin embargo, sus fuerzas disminuían rápidamente y una enfermedad muy dolorosa de la piel le privaba de reposo. Se le aconsejó el cambio de aires y fue enviado al priorato de San Marcelo, cerca de Chalons. En aquel alejamiento del mundo continuó su vida de aplicación y de estudio. A pesar de su debilidad y de sus sufrimientos no pasaba un momento sin rezar o leer, sin dictar o escribir. De pronto sus dolencias crónicas tomaron un carácter alarmante y murió resignado y tranquilo a la edad de sesenta y tres años el 21 de abril de 1142.

Cinco fueron las sepulturas en las que se enterraron los restos de Abelardo. La primera en el propio Priorato benedictino de Cluny, donde falleció, desde abril a diciembre de 1142. Desde 1142 hasta 1792 en la abadía del Paráclito, cerca de Troyes, donde Eloísa vivió sus últimos años y murió. De 1792 a 1800 los restos de Abelardo y Eloísa son trasladados a la iglesia de Nogent-sur-Seine, en la orilla izquierda del Sena. La cuarta sepultura de Abelardo y tercera de Eloísa en el convento de los Agustinos Menores en París y finalmente desde 1817 hasta nuestros días los restos de Abelardo y Eloísa reposan en el panteón diseñado por el arquitecto Alexandre Lenoir en el cementerio del Père-Lachaise, en el distrito XX parisino. Tardío reconocimiento popular a este extraordinario pensador inconformista y a su pareja, que vivieron y sufrieron en pleno Medioevo.

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