El
11 de septiembre de 909, el duque Guillermo I de Aquitania dona a
'los Santos Pedro y Pablo', esto es, a la Santa Sede, una propiedad
en Cluny cerca de la ciudad de Mâcon para que se edificase un
monasterio. El carácter de la donación implicaba la independencia
del monasterio o abadía de Cluny respecto de cualquier poder laico o
eclesiástico, lo que permite al abad Bernon,
con monjes procedentes de las abadías de Gigny (Franco Condado) y de
Baume (Jura), emprender una
profunda renovación monástica volviendo a los principios de la
regla fundada por San Benito de Nursia a mediados del siglo VI y
poniendo el acento en la liturgia y la oración. De esta forma
comienza la andadura de una de las organizaciones más decisivas en
la historia de Occidente: la orden benedictina de Cluny.
El
papa Juan XI confirmaría en el año 932 la independencia de los
monasterios de Cluny. Gracias a esta exención, la orden benedictina
de Cluny se sustraía tanto a la autoridad de la diócesis
correspondiente como a la del rey de los francos y gozaba así del
privilegio de la libertad romana, lo que constituiría la base de una
verdadera supranacionalidad de la Orden estructurada jerárquicamente,
frente a la habitual dispersión y disgregación que los monasterios
benedictinos habían tenido hasta entonces.
Las
abadías reformadas aceptaban la unión bajo una autoridad
centralizada de la abadía de Cluny, a la que pagaban un censo anual,
perdían generalmente el rango abacial y pasaban a ser simples
prioratos. Tenían a la cabeza un gran prior y los grandes podían
tener bajo su responsabilidad otros más modestos que eran
dependientes de Cluny.
Cluny no se desvinculó de la mentalidad del feudalismo de su época. En el interior de la organización utilizaba conceptos feudales. La relación de cada monje con el abad de Cluny seguía un modelo del vasallaje. El señor del monasterio era el abad y cada monje en el momento de la profesión rendía homenaje al abad. La mayor parte de los monjes procedía de la nobleza. Los trabajos físicos eran realizados por los siervos, reservándose a los monjes la labor intelectual -scriptoria- donde se realizaban la copia de manuscritos.
La
Orden Benedictina de Cluny no sólo fue el mayor centro de difusión
espiritual del cristianismo europeo medieval, sino también uno de
los principales focos de la vida intelectual y artística de
Occidente. Fue la cuna de muchos teólogos, moralistas, poetas e
historiadores.
La
arquitectura es otra muestra de la pujanza y el poder de Cluny
contribuyendo decisivamente al esplendor del arte románico. Así, la
tercera iglesia abacial edificada en Cluny entre
1088 y 1118, financiada por el rey de Inglaterra y el rey Alfonso VI
de Castilla, puede considerarse como una de las obras cumbres del
románico europeo. Cluny III era un enorme templo de casi 200
metros de longitud. Tenía un pórtico de tres naves precedido por
dos torres. Desde este pórtico se accedía a la iglesia de cinco
naves de gran altura, dos cruceros con dos capillas. La cabecera
tenía una girola y cinco absidiolos. El crucero más cercano a la
nave era más alto, largo y ancho. Tenían un gran número de
ventanas, especialmente en la cabecera. No hay tribuna, pero se
empiezan a utilizar los arbotantes. Tenía decoración de arquillos
lombardos.
La
gran cantidad de fundaciones de la Orden de Cluny tuvo relevantes consecuencias sociales,
políticas, económicas e incluso militares en los distintos reinos.
El siglo XI fue el de máximo esplendor para la Orden, debido en
buena medida por la extrema longevidad y estabilidad de los mandatos
de dos abades que abarcaron todo el siglo, el abad Odilón (994-1049)
y Hugo el Grande (1049-1109). En el siglo XI la Abadía de Cluny
llegó a contar entre 400 y 700 monjes, y extendía su absoluto
dominio sobre 850 casas en Francia, 109 en Alemania, 52 en Italia, 43
en Gran Bretaña y 23 en la Península Ibérica, agrupando a más de
10.000 monjes en total, sin contar su innumerable personal
subalterno.
El
Papado no dudó en utilizar, siempre que tuvo ocasión, a la orden de
Cluny como punta de lanza de su política de centralización y el
símbolo de la reforma gregoriana, como fue el caso de la Península
Ibérica, en donde la abolición del rito mozárabe y la
reorganización eclesiástico-monástica estuvieron unidas
íntimamente.
A
partir del siglo XI la población europea logra salir del aislamiento
de épocas anteriores e inicia una serie de contactos e intercambios
que, en el campo religioso, llevarán a hacer de la peregrinación la
forma más difundida de devoción El número de peregrinos aumenta
extraordinariamente a Roma, a Jerusalén y a Santiago de Compostela.
Desde
el siglo IX, el hallazgo de “las reliquias del apóstol”,
difundido por Carlomagno que veía un modo de defender sus fronteras
de la presión musulmana, hizo de Compostela - en el extremo Oeste
europeo- un centro de peregrinaje. Pero
el verdadero apogeo de la peregrinación jacobea, se produce, cuando
la orden cluniacense, convierte el Camino de Santiago en el principal
eje de difusión de sus ideas.
Esta pasión fundadora de los llamados Monjes
Negros es
el factor determinante en la dinamización de la peregrinación
jacobea.
Una
labor apoyada, por otra parte, por los monarcas peninsulares, en su
deseo de romper con el aislamiento con el resto de la Cristiandad, y
establecer lazos dinásticos, culturales y religiosos. Los reyes de
León, de Castilla y de Navarra, favorecerán en todo lo posible la
constitución y proyección de la red de monasterios cluniacenses en
el norte de España y singularmente alrededor del Camino. Gracias a
las generosas donaciones realizadas por los monarcas hispanos en
tierras, prioratos y villas, la orden de Cluny alzó puentes,
hospitales, iglesias y monasterios, como San Zoilo en Carrión de los
Condes, San Isidro de Dueñas (Palencia) y San Benito en Sahagún.
En
el siglo XII, Aymeric
Picaud, clérigo
vinculado a Cluny, peregrinó
a Santiago de Compostela, de cuya experiencia escribió el Liber
Peregrinationis.
Es una especie de guía del Camino de Santiago que acabó hacia el
año 1140, incluida en el libro V del Códice Calixtino, también
llamado "Liber
Sancti Jacobi".
Es considerada la primera guía turística de la historia.
Incluye
un pormenorizado y exacto estudio del Camino de Santiago, con una
visión muy particular, y en muchos casos despectiva de los pueblos
ibéricos que atravesaba el Camino, reflejada en gran cantidad de
detalles anecdóticos, descripciones de pueblos, avisos de peligros,
etc., que actualmente son el mejor testimonio para el estudio de
aquella etapa histórica.
Picaud
dividía el itinerario, a través del camino francés, en trece
etapas perfectamente delimitadas, cada una de las cuales se hacía en
varios días, según el ánimo de cada grupo de peregrinos, a razón
de unos 35 kilómetros diarios a pie, o casi el doble si era el
caballo el medio de locomoción elegido. Señala las distancias entre
pueblos, los santuarios y monumentos del trayecto, e incluye
observaciones sobre gastronomía, potabilidad de las aguas, carácter
de las gentes y costumbres de los pueblos.
Las
riquezas acumuladas, gracias a los peregrinos, permitirían a un
obispo emprendedor, Diego Gelmírez, conseguir que el papa Calixto
II, tío del futuro emperador leonés Alfonso VII, otorgara a
Santiago de Compostela la dignidad de arzobispado. También
fue Calixto II quien instauró el Año Jacobeo, que habría de
celebrarse cada año en el que el 25 de julio, festividad de Santiago
Apóstol, coincidiese en domingo. Asimismo todos aquellos peregrinos
que visitaran la tumba del Apóstol en el transcurso de un Año
Jacobeo ganarían el Jubileo (Indulgencia plenaria). La conjunción
de estos privilegios y el apoyo de la Orden de Cluny impulsaron en
gran manera las peregrinaciones a Santiago de Compostela durante toda
la Edad Media.
MAG
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