Siempre
me asombró que el credo de la fe, posiblemente la oración más
rezada durante más de 16 siglos por cristianos siríacos, coptos,
ortodoxos, luteranos, anglicanos, ..., y católicos había sido
redactada por un obispo hispano-romano, el cordobés Osio. Me refiero
naturalmente al Credo de Nicea.
Osio
nació en el año 257 en Córdoba, donde fue nombrado su obispo en el
296. Fue torturado durante las persecuciones de Diocleciano y
Maximiano. Por contra, Constantino I lo nombró consejero para
asuntos eclesiásticos, acompañando al emperador a Milán en el año
313, siendo posiblemente el artífice de su Edicto de Milán, por el
que se permitió a los cristianos practicar su culto en todo el
Imperio Romano. A partir de este momento, el emperador centra su
esperanza en que la Iglesia pueda convertirse en una fuente de unidad
para su atribulado imperio. El emperador no estaba interesado tanto
en los detalles de la doctrina como en finalizar las disputas por
desacuerdos religiosos entre los cristianos. Y así lo dejó escrito:
"Mi designio era, entonces, primeramente traer los diversos
juicios encontrados por todas las naciones con relación a la Deidad
a una condición, por así decirlo, de uniformidad acordada; y, en
segundo lugar, restaurar un tono saludable al sistema del mundo . .
.".
A
fin de zanjar la polémica trinitaria, entre las posturas de Arrio
frente a Atanasio, y restablecer la unidad doctrinal de la Iglesia,
que era ya un asunto de Estado, en el año 325 el emperador convocó
el concilio ecuménico en Nicea (actualmente Iznik en Turquía) cerca
de su residencia de Nicomedia. Este
fue el primer concilio general de la historia de la Iglesia
cristiana, a excepción del llamado concilio de Jerusalén del siglo
I, que había reunido a Pablo de Tarso y sus colaboradores más
allegados con los apóstoles de Jerusalén encabezados por Santiago
el Justo, hermano de Jesús, y Pedro.
Al
Concilio de Nicea asistieron unos 300 obispos, de los que sólo
cuatro pertenecían a la iglesia de Occidente, entre ellos Osio. El
obispo de Roma, el papa Silvestre, ya muy anciano se hizo representar
por dos sacerdotes, Víctor
y Vincentius.
El
Concilio se
desarrolló del 20 de mayo al 25 de julio del año 325. En él
participaron algunos obispos, como Osio, que tenían en sus cuerpos
las señales de los castigos que habían sufrido por mantenerse
fieles en las persecuciones pasadas todavía muy recientes. El
emperador Constantino, que por esas fechas aún no se había
bautizado, facilitó la participación de los obispos, poniendo a su
disposición los servicios de postas imperiales para que hicieran el
viaje, y ofreciéndoles hospitalidad en Nicea.
La
apertura del Concilio se realizó por el Emperador con gran
solemnidad.
Después
de ser saludado en una breve alocución, Constantino pronunció un
discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la
paz religiosa. El emperador abrió la sesión en calidad de
presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones
posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas
en manos de su consejero el obispo Osio de Córdoba, quien presidió
el Concilio, asistido por los dos representantes del Papa.
En
aquella época, el emperador estaba bajo la influencia de Osio, a
quien, junto con San Atanasio, hay que atribuir una influencia
preponderante en la formulación del símbolo del Concilio de Nicea,
el Credo de la Fe.
El documento, redactado en su versión definitiva por Osio, “Creemos
en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas...”
fue
firmado por él y a continuación circulado para la firma de los
obispos por los funcionarios imperiales. Todos
los obispos, salvo cinco, se declararon prestos a suscribir dicha
fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia
Apostólica. Los oponentes quedaron pronto reducidos a dos, Teón de
Marmárica y Segundo de Tolomeo, que fueron exiliados y
anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el
anatema, sus libros fueron arrojados al fuego y él fue exiliado a
Iliria.
Una
vez acabadas las sesiones del Concilio, Constantino celebró el
vigésimo aniversario de su ascensión al Imperio e invitó a los
obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno recibió
ricos presentes. Varios días después el emperador solicitó que
tuviera lugar una sesión final, a la cual asistió para exhortar a
los obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se
encomendó a sus oraciones y autorizó a los padres de la Iglesia a
que regresaran a sus diócesis y así lo hizo Osio.
Muerto
Constantino (337), en el año 355 el Emperador Constancio II,
convertido al arrianismo y temeroso de la influencia de Osio, intentó
acabar con su firmeza, respondiendo éste a las amenazas del
Emperador con una carta en la que le comunicaba su disposición a
padecer tormento antes que ser traidor a la verdad. Esta contestación
irritó a Constancio II, quien le hizo comparecer ante un concilio
arriano, donde fue azotado y atormentado. Los hechos relacionados con
los últimos días de su vida están lejos de ser claros. Firmó,
bajo presión, la declaración conocida como la segunda fórmula
sirmiense (la primera era la profesión de fe de 351) que fue
publicada como la fórmula de Osio. Rehusó, sin embargo, abandonar a
Atanasio que habla de él como lapso “por un momento”. Tras haber
servido al propósito por el que los arrianos le habían traído a
Sirmium probablemente volvió a España donde murió a los 101 años
de edad.
La
Iglesia ortodoxa griega lo venera como santo el día 27 de agosto.
Osio
es el primer biografiado del Liber
de viris illustribus
de san Isidoro de Sevilla.
Feliz Año 2014
MAG
Feliz Año 2014
MAG
No hay comentarios:
Publicar un comentario