domingo, 2 de febrero de 2014

Federico II Hohenstauffen, 'stupor mundi'

Federico II de Suabia, nieto de Federico Barbarroja, nació el 26 de diciembre de 1194 en la plaza mayor de Iesi (Ancona, Italia) en una tienda preparada al efecto por su padre Enrique VI, rey titular de los Romanos, a fin de mostrar públicamente la legitimidad del niño dada la avanzada edad de la madre. Federico fue Duque de Suabia, rey de Sicilia, rey de Chipre, rey de Jerusalén, rey de los Romanos y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

La educación de Federico fue un elemento fundamental para formar su personalidad, gracias a la civilización normando-árabe-bizantina presente en Sicilia. A la muerte de su madre, Federico II fue coronado rey de Sicilia a los tres años de edad. Como quiera que los derechos imperiales del niño podían comprometer su propia vida, su madre nombraba en su testamento como tutor del niño al Papado. Así, Inocencio III se encargó de la tutela de Federico bajo el cuidado de un tal Gentile de Manupello, que en absoluto defendió los derechos del niño ante las ambiciones del antiguo consejero del emperador, Markward von Anweiler. Federico, a pesar de contar tan sólo con siete años de edad, envió una carta a Inocencio III poniendo al papa al corriente de los vejatorios tratos a que se veía sometido. En respuesta, el papa nombró un equipo formado por su nuncio en Sicilia, el notario apostólico y el arzobispo de Tarento; completaron su educación los cadíes musulmanes de Palermo, con los que aprendió árabe y los rudimentos de la lógica, del cálculo y del álgebra, recién introducida en Italia por Leonardo Fibonacci.

Poco antes de decretarse su mayoría de edad, y a diferencia de otros monarcas de su época, muchas veces analfabetos, Federico hablaba latín, griego, árabe, alemán, provenzal y el dialecto siciliano. Algunos cronistas subían a nueve las lenguas habladas y a siete las escritas. Tuvo un interés por la lingüística que casi se podría llamar “moderno”. Le obsesionaba saber y determinar si existía una “lengua natural”, es decir, una lengua adámica, una lengua connatural al mismo hombre y que hubiera sido utilizada, en el primigenio estado, para dar cumplimiento al mandato divino de “dar nombre a todas las cosas”. En su interés por dilucidar cuál era la lengua originaria de la humanidad, ordenó aislar a un bebé de todo contacto verbal, esperándose que el niño, al crecer sin haber oído nunca a nadie hablar en ningún idioma, aprendiera espontáneamente a hablar en la lengua original de la Humanidad, que Federico sostenía que era el hebreo. El experimento fracasó porque las ayas del niño lo enseñaron a hablar a escondidas.

Al objeto de proteger de sus enemigos al inexperto Rey, el papa le indujo a que se casara en 1209 con Constanza de Aragón y de Castilla, hija de Alfonso II el Casto, rey de Aragón y de Sancha de Castilla, hermana de Pedro II. Constanza había enviudado del rey Emerico de Hungría.

La política de Inocencio III perseguía crear en Europa un gobierno teocrático central por él presidido. A dicho fin pretendía hacer de Federico un vasallo fiel a su causa, a pesar de que pertenecía a la familia Hohenstaufen, una «estirpe de víboras», apoyada por muchas facciones gibelinas  contrarias a los intereses papales.

Tras arduas negociaciones con Inocencio III y su sucesor Honorio III –que sucedió a aquél en 1216 y que había sido profesor del propio Federico–, no fue hasta 1220 cuando Federico fue coronado Sacro Emperador Romano en Roma por el papa el 22 de noviembre. Al mismo tiempo, su hijo mayor, Enrique, fue coronado como Rey de los Romanos. Las condiciones prometidas a cambio de la coronación fueron duras, e incluían condonar la deuda pontificia, renunciar a la condición de legado apostólico en el Reino de Sicilia, socorrer al Imperio Latino de Constantinopla y embarcarse en una cruzada hacia Tierra Santa, para recuperar los Santos Lugares.

Federico, una vez coronado, no se mostró muy dispuesto a cumplir estas promesas, pues su idea de fortalecimiento del Sacro Imperio se basaba en el restablecimiento de la unidad mediterránea mediante la tolerancia religiosa y la independencia del poder imperial frente al religioso.  Así quedó planteada la lucha por el llamado dominium mundi, conflicto secular entre el Pontificado apoyado por los güelfos y el Sacro Imperio Romano Germánico, apoyado por los gibelinos.

Federico II vivió rodeado de artistas, literatos, astrólogos y filósofos. Él era buen músico y trovador. Hizo traducir las obras de Aristóteles y protegió las escuelas de Mesina y Palermo. Con las 'Constituciones de Melfi' (1231), dotó a Sicilia de un moderno sistema jurídico y administrativo de carácter absolutista, quebrando el feudalismo imperante. Su curiosidad intelectual lo llevó a profundizar en filosofía, en astronomía (siguiendo los consejos del astrólogo Guido Bonatti), en matemática (mantuvo correspondencia con su amigo el matemático Leonardo Fibonacci, quien le dedicó su Liber quadratorum), en álgebra, en medicina y en ciencias naturales (construyó en Palermo un zoo famoso en la época por los animales exóticos que albergaba). Escribió un tratado sobre cetrería De arte venandi cum avibus, uno de los primeros manuscritos con imágenes de temas profanos. En su corte son recibidos humanistas como el escocés Michael Scot, Teodoro de Antioquía, y el gran enciclopedista judío Juda ben Salomon Cohen.

Como patrón de las letras fundó en 1224 la primera Universitas studiorum  laica en Nápoles de la cual salió la mayoría de los funcionarios en grado de servirlo, sin que sus partidarios tuvieran que ir hasta Bolonia para estudiar. Favoreció también la antigua y gloriosa escuela médica de Salerno. También impulsó la poesía de la Scuola Siciliana adelantando un siglo al menos el uso del idioma toscano como lengua literaria de Italia, saludada con entusiasmo por Dante Alighieri, e influyendo decisivamente en la conformación de la lengua italiana moderna.

Hizo construir en Apulia, un pabellón de caza, Castel del Monte, basado en el ocho como número generador y su posición, estudiada para crear determinadas simetrías de luz en el solsticio y equinoccio, creando una simbología que apasiona desde hace siglos a los estudiosos. El castillo se alza sobre una planta de ocho lados, son ocho también las salas de la plata baja y de la primera planta, trapezoidal, dispuestas formando un octágono y son, también, ocho las torres, obviamente de planta octogonal, situadas en cada uno de los ocho ángulos.

La intensa actividad política y militar, la innovación legislativa  así como su interés por las ciencias y la literatura convirtieron a Federico en un personaje mítico objeto de leyendas tanto de sus partidarios como de los detractores. Los gibelinos veían en él al Reparator Orbis, quien castigaría a los clérigos indignos y restauraría la pureza de la Iglesia. Por la otra parte, Federico es excomulgado por el papa Gregorio IX quien lo denominó precursor del Anticristo, por su amistad con los árabes pues no sólo hablaba con fluidez su lengua sino que su guardia personal estaba constituida por guerreros árabes. Aún más, el papa predicó un infructuosa cruzada contra Federico, que fue rechazada unánimemente por el resto de monarcas europeos, al considerar que, aunque excomulgado por haber ignorado el compromiso de reconquistar los Santos Lugares, Federico seguía siendo cristiano. En su campaña de desprestigio de Federico II, Gregorio IX le atribuyó sin fundamento la autoría de De tribus impostoribus libelo en el que se calificaba a Moisés, Jesús y Mahoma como trío de impostores. La ruptura con el papado era evidente. El primer concilio ecuménico de Lyon depone al emperador por perjuro, hereje y perturbador de la paz. Según los güelfos, su respuesta habría sido crear un nueva religión, de la que Federico II se proclamó Mesías, reservando a su ministro Pietro della Vigna el papel de San Pedro.

En 1225 Federico contrajo nuevo matrimonio, esta vez con Yolanda de Jerusalén, heredera al trono del Reino de Jerusalén. A fin de hacer valer los derechos de su esposa, consiguió deponer al entonces rey titular Jean de Brienne y ser reconocido como Rey de Jerusalén. Dos años más tarde Gregorio IX lo excomulga y condiciona el levantamiento de la excomunión a que haga penitencia marchando a Tierra Santa. Inicia los preparativos, pero en el último momento cancela su expedición aduciendo haber caído enfermo, algo que no convenció al papa. Finalmente en la primavera de 1228 inicia los preparativos para partir hacia Palestina aprovechando un momento de debilitamiento del poder musulmán en Oriente Próximo, pero consciente de que en su ausencia el papa reuniría a sus rivales en Alemania y Sicilia para desposeerlo de la Lombardía y de su Reino Meridional. Antes de partir Federico II convoca una asamblea pública en Barletta en la que nombra a Reinaldo de Urslingen, Duque de Suabia, su sustituto en Italia durante su ausencia, y en caso de su fallecimiento a su hijo Enrico rey de los Romanos. Tras estas decisiones, parte de Brindisi el 28 de junio en la sexta cruzada sin la bendición papal. Este acto fue visto por el papado como una provocación, pues se realizaba sin su consentimiento y por parte de un excomulgado; por todo ello, lo volvió a excomulgar. 

En Tierra Santa consigue que el sultán ayubí de Egipto al-Malik al-Kamil, nieto de Saladino, y con quien Federico mantenía muy buenas relaciones, firme una tregua de diez años a cambio de la posesión de los Santos Lugares Cristianos, entre ellos Jerusalén, Nazaret y Belén. Así pues Federico II reconquista Jerusalén sin que se haya derramado una gota de sangre y el 18 de marzo de 1229 se corona rey de Jerusalén en la basílica del Santo Sepulcro.

De regreso a Italia, en Brindisi Federico logró derrotar a las fuerzas pontificias y lombardas, expulsándolas de los territorios imperiales. Firmó en 1230 el Tratado de San Germano, por el que el Emperador aseguraba a la Iglesia sus posesiones territoriales a cambio de que el papa revocara su excomunión. Tras esta contienda, Federico, con el apoyo de las ciudades gibelinas de la Toscana (Pisa y Siena) y la Lombardía (Verona y Piacenza) consiguió un cierto dominio de Italia.

Federico II fue objeto de sorprendentes esperanzas escatológicas. De hecho, todo lo que los franceses habían esperado de los capetos y de Carlomagno, los alemanes lo esperaban de él. Al morir Federico Barbarroja en 1190, comenzaron a aparecer profecías en Alemania que hablaban de un futuro Federico, emperador de los últimos días, que liberaría el Santo Sepulcro y prepararía el camino para la segunda venida de Jesucristo. Su brillante personalidad y la reconquista de Jerusalén efectuada por él en 1229 favorecieron el nacimiento de un mito mesiánico.
Para sorpresa de todos aquellos que creían que Federico cumpliría su misión escatológica, el 13 de diciembre de 1250, diez años antes del pronosticado fin del mundo, Federico II muere de disentería, vistiendo el hábito de monje cisterciense, en Castel Fiorentino en Apulia.

Pronto comenzó a rumorearse que seguía vivo. Más aún, habría resucitado, pues había sido visto entrar en los cráteres del Etna, mientras un ejército de caballeros descendía hacia el embravecido mar siciliano. Tal leyenda dio pábulo para que muchos años después apareciera un pretendido Federico II resucitado, causando gran revuelo en Italia y Alemania, siendo a la postre ejecutado cuando la farsa fue descubierta.
Es Federico II una de las figuras más interesantes de la historia universal por sus cualidades extraordinarias y su carácter excéntrico, distinto a los hombres de su época y adelantado a ellos en casi todos los campos. Federico estaba dotado de una personalidad poliédrica y fascinante que en su época polarizó la atención no sólo del pueblo sino también de los historiadores. Su reinado se caracterizó por una intensa actividad legislativa así como por una innovación artística integradora, donde tenían cabida las culturas griega, latina, árabe y judía. Esta política fue, como cabía esperar, muy criticada por una Iglesia centralizadora.

MAG



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