Sin abandonar su pasión por el estudio, su segundo amor serán los vestidos, los diamantes, los zapatos y el maquillaje que descubre en su primera visita a la corte de Versalles en 1722.
Se casa a los diecinueve años con el marqués du Châtelet, que casi le doblaba la edad. Como regalo de boda, su padre le nombra gobernador de Semur-en-Auxois en la Borgoña, elevándose de esta forma la posición social de Émilie dentro de la nobleza militar. Se trasladan a Semur donde nacen tres hijos de este matrimonio arreglado, que apenas frena su forma de vida. No renuncia a las matemáticas, sino que busca los mejores profesores. En 1732 su marido parte a la guerrra de Sucesión de Polonia y ella se traslada a París, donde toma lecciones de matemáticas de Pierre-Louis Moreau Maupertius uno de los más importantes físicos de su época, quien había descubierto el principio de mínima acción y desarrollado una teoría de la vida bastante próxima al muy posterior mutacionismo. Émilie fue amante de su preceptor hasta que en 1733 el físico marchó en expedición al Ártico. A sugerencia de Maupertius, el astrónomo alemán Samuel König, discípulo de Leibniz, le sucede como profesor de matemáticas e introductor de la filosofía de su maestro. Una agria discusión sobre el concepto de lo infinitamente pequeño termina con la relación entre profesor y alumna.
Con el auge de la denominada Revolución Científica, a partir del siglo XVII, la ciencia se había convertido en objeto de interés entre las personas acomodadas y los aristócratas. Las mujeres de las clases altas se interesaban por los nuevos descubrimientos científicos, se dedicaban a observar los cielos con los nuevos telescopios, a analizar los insectos a través de los microscopios, a coleccionar curiosidades científicas y a montar sus propios laboratorios. En los cafés de París, nacidos en los años treinta del siglo XVIII como lugares de encuentro de poetas, filósofos, científicos —algunos de ellos, amigos suyos— no estaba permitida la entrada de las mujeres. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para Émilie, que no tuvo inconveniente en disfrazarse de hombre, desafiando las normas y sin miedo al ridículo, para así participar en los debates sobre filosofía, ciencia y política que tenían lugar en el café Gradot.
En estos lugares de relación frecuentados por la aristocracia, Émilie fue presentada a la duquesa de Saint-Pierre, con la que entablaría una estrecha amistad. Fue en casa de la duquesa donde Émilie se reencontró con Voltaire, que conocía de su infancia como amigo de su padre. A partir de ese momento se hacen inseparables, ambos frecuentan la ópera, los cabarets, los teatros. En 1735 Voltaire perseguido por la policía se dispone a abandonar París y la marquesa du Châtelet le propone refugiarse en un viejo castillo que su marido poseía en Cirey en la Lorena, donde podrían preservar su pasión amorosa y su pasión científica, para dedicarse con más intensidad al estudio y a la investigación.
Aislados de todo y todos, allí viven durante cuatro años como 'filósofos voluptuosos', trabajando día y noche en resolver problemas de física o de metafísica, con interrupciones para pasear, cazar o recibir a los otros castellanos de los alrededores. Sin embargo, sus mejores compañeros son el compás y los libros. Cirey se convirtió en un auténtico centro de investigación científica con un magnífico laboratorio de física y una espléndida biblioteca formada por más de 21 mil tomos, que pocas universidades de Europa alcanzaban a tener. Émilie trabajó apasionada y duramente en el debate científico que se planteó esos años entre Newton y Leibniz, entre Inglaterra que cerraba filas en torno a Newton y Alemania que lo hacía con Leibniz de forma igualmente dogmática. El trabajo de la marquesa du Châtelet sirvió para que los matemáticos franceses de la segunda mitad del siglo XVIII lograran conformar una nueva versión del cálculo diferencial e integral, que permitió a Laplace crear los postulados de la física clásica en el lenguaje matemático actual.
En 1735 Émilie tradujo al francés y comentó The Fable of the Bees (“La Fábula de las Abejas”) escrita en inglés por el filósofo holandés Bernard Mandeville. Al año siguiente inició sus trabajos sobre la óptica de Newton —Essais sur l’optique— algunos de cuyos capítulos fueron incluidos en la obra Elements de la phílosophie de Newton, firmada por Voltaire, quien aclaró el nombre de la verdadera autora en el prólogo del libro: “Madame du Châtelet tiene su parte en la obra; Minerva —como a veces la llamaba— dictaba y yo escribía”. Por esas mismas fechas trabajaba sobre el lenguaje, escribiendo Grammaire raisonnée, y comenzaba el Examen de la Genése, en el que trabajaría a lo largo de cinco o seis años.
Su interés por poseer y desarrollar un pensamiento propio le llevó a una ruptura intelectual con Voltaire, que se inició con el estudio sobre el fuego que habían comenzado conjuntamente. En aquella época se especulaba sobre si el fuego era una sustancia material o, por el contrario, algo distinto, que se regía por leyes diferentes a las de la física. Sobre este asunto, ambos participaron en el concurso convocado por la Academia de Ciencias. Su discrepancia surgió a la hora de interpretar los resultados de la experimentación: Voltaire y Châtelet llegaron a conclusiones dispares. A partir de aquí ella decidió llevar a cabo su trabajo en solitario y en secreto, lo que limitaría sus posibilidades de continuar la experimentación. Finalmente, ninguno de los dos obtendría el premio de la Academia, pero sus trabajos serían publicados junto con los de los ganadores.
Esta originalidad de pensamiento se manifiesta en sus Institutions de Physique, un tratado científico y filosófico, en el que se recogía la física de Newton. Por una parte, se desvinculaba de la autoridad de Descartes, Newton y Leibniz —como queda de manifiesto en el prólogo del libro— y por otra, se distanciaba de las posiciones antimetafísicas de Voltaire, seguidor de Locke, como es sabido. Para llegar al fondo de las cosas, -decía- es necesario, utilizar tanto el empirismo como la metafísica.
Una vez finalizada la redacción de Institutions de Physique, su amiga Madame de Chambonin, única conocedora de su existencia, la convenció de la importancia y necesidad de su publicación. Antes de que Chambonin viajase a París para entregarlo a la imprenta, Émilie decidió dárselo a leer a su antiguo tutor Samuel Köning. En vísperas de su publicación, éste difundió el rumor de que el verdadero autor del texto era él y que Madame du Châtelet simplemente había copiado sus notas y las había presentado como suyas. Émilie solicita amparo a la Academia de Ciencias y finalmente en 1740 su obra sería reconocida y respetada por algunos de sus contemporáneos y por instituciones como La Sorbonne —de la que no llegó a formar parte— o la Academia de Ciencias de Bolonia, donde fue admitida en 1746. El círculo intelectual reconocía la inteligencia de Châtelet; incluso su nombre aparece en la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert.
El reconocimiento por parte de la Academia de Bolonia le llegó cuando traducía y comentaba los Principies mathématiques de la philosophie de Newton (Principios de la Matemática) de Newton. Los 'Principios' habían sido escritos por Newton en latín —la lengua de la comunidad científica— en 1713, y ella los vertió al francés, la lengua por entonces más utilizada en Europa, permitiendo su amplia difusión.
El Discours sur le Bonheur (“El discurso sobre la felicidad”) es una disertación sobre el saber de la experiencia, desde su propia experiencia; una reflexión sobre el amor y la amistad, desde la madurez cuando la pasión amorosa decae y crece la amistad. En estas circunstancias “el amor al estudio es de todas las pasiones la que más contribuye a la felicidad... Una fuente de placer inagotable”.
Pero finalmente había conseguido su última meta científica: terminar la traducción y los comentarios de los Principies mathématiques de la philosophie de Newton. El libro fue publicado en 1752 con un prefacio de Voltaire, un recuerdo emocionado de su amada y, al mismo tiempo, expresión de sus sentimientos de dolor y de la fortaleza de Émilie du Châtelet en sus últimos momentos, durante los cuales él no se había separado de su lado: “El dolor de una separación eterna afligía sensiblemente su alma; y la filosofía, de la que su alma estaba llena, le permitía conservar su coraje”. Era, también, un homenaje póstumo a su pasión amorosa y a su pasión científica, que adquirieron así público reconocimiento.
La relación entre Voltaire y Émilie había terminado por los problemas económicos que tenía la Marquesa ocasionados por sus constantes apuestas y al interés de Voltaire por una sobrina suya. Sin embargo, su amistad y la cooperación académica continuaron hasta la muerte de ella.
En la primavera de 1748 Émilie conoció y se enamoró del Marqués de Saint-Lambert, un poeta sin excesivo relumbre en la corte. Ello no destruyó, sin embargo, la amistad con Voltaire. De ese tortuoso amor quedó embarazada y a principios de septiembre de 1749 dio a luz a una niña. Voltaire describió el nacimiento con estas palabras: “La niñita llega mientras su madre está escribiendo sobre unas teorías de Newton. Deposita de momento a la recién nacida sobre el volumen cuarto de geometría, recoge sus papeles y se acuesta”. Tras el parto, y durante unos días, Émilie se muestra feliz y contenta, pero el 10 de septiembre su cuerpo no soportó la fiebre puerperal provocándole la muerte a ella y a su hija recién nacida de cuya paternidad legítima, con la inestimable ayuda de Voltaire, había logrado convencer a su complaciente marido. La marquesa du Châtelet tenia 43 años.
La consideración histórica de su figura ha sido frecuentemente subsumida en la vida de Voltaire. Altiva aristócrata de espíritu científico, agudísima inteligencia y fiera independencia, tan admirada por Voltaire y que gozó del privilegio de disfrutar de una educación y libertad de movimientos inusitada para las mujeres de su época. Por su privilegiada posición Madame du Châtelet pudo dedicarse sin trabas a su actividad científica y a su importante labor de traducción de la obra de Newton, disfrutar de los más extravagantes lujos y permitirse un absoluto desprecio de la opinión que los demás pudieran tener sobre su original y libérrima forma de vida en compañía de Voltaire y otros amantes.
En sus Memorias Voltaire escribió: "Conocí en 1733 a una joven señora que pensaba más o menos como yo, y que tomó la resolución de ir a pasar varios años al campo para cultivar su espíritu lejos del tumulto del mundo: era la señora marquesa du Châtelet, la mujer de Francia con más disposición para todas las ciencias. (..) Raramente se ha unido tanta armonía espiritual y tanto gusto con tanto ardor por instruirse; no le gustaban menos el mundo y todas las diversiones de su edad, incluido el sexo. Sin embargo lo abandonó todo para ir a sepultarse en un castillo arruinado, en la frontera de Champaña y la Lorena, en un terreno ingrato y feo".
MAG
No hay comentarios:
Publicar un comentario